Fuente: ASDRÚBAL AGUIAR
| ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL
jueves 13 de marzo de 2014
Los hechos del 12 de febrero y
los precedentes como sucesivos, perseguirán de por vida a Nicolás
Maduro y Diosdado Cabello, cabezas visibles del poder en Venezuela.
No podrán caminar con la conciencia liviana si acaso se detienen a
considerar que, por acción u omisión, son los responsables de la muerte
de 22 jóvenes, las heridas o torturas sufridas por otros 318, y la
detención indiscriminada de 1.103 - a quienes se les pone luego en
libertad, pero atados a la cuerda corta de una Justicia arbitraria - y
quienes vivirán, no cabe duda, más allá del tiempo vital que en promedio
les corresponde a sus victimarios.
El esfuerzo de los órganos
del Estado para reescribir el deslave de violencia política que hoy
padecemos los venezolanos, situando su germen -el comportamiento
oficial- en las consecuencias o rezagos -las "güarimbas" o barricadas-
les resultará absolutamente inútil.
La realidad de las
violaciones sistemáticas o generalizadas de derechos humanos quizso
ocultarla en el pasado el militarismo latinoamericano, imponiéndole
silencio a la prensa, silenciando a las víctimas, o creyendo que el paso
del tiempo borra toda memoria. Y no fue así, porque la verdad es terca y
los atropellos a la dignidad humana, cuando se hacen colectivos,
persiguen a sus responsables mientras cada víctima tenga un doliente, en
casa o en el pueblo.
Han ocurrido, ahora sí y sin lugar a
dudas, verdaderos crímenes de lesa humanidad. Demandan la
responsabilidad del Estado por violación de sus obligaciones en materia
de respeto y garantía de los derechos humanos, como el establecimiento
sucesivo de las responsabilidades penales internacionales e individuales
comprometidas.
Es palmaria la actuación estatal y paramilitar
durante la Masacre del Día de la Juventud. De modo que se trata de
hechos del Estado, originados en su comportamiento propio o asumido como
tal, violatorio de la legalidad internacional sobre derechos humanos. Y
si lo anterior como premisa no fuese cierto, cabe señalar que el
"riesgo" que dio origen a tanta violencia fue sabido y conocido por los
responsables del gobierno, por Maduro y quien de facto también lo
ejerce, Cabello. Y ese "riesgo" lo aceleraron, deliberadamente.
Cabe decir que también botaron gasolina sobre el piso al cohonestar la
criminalidad desbordada, dilapidar el tesoro público, llevar a la
población a niveles carenciales y de racionamiento inaceptables, e
hipotecar el futuro de los jóvenes manifestantes, a la vez que
entregando el control del país a los cubanos.
Es de recordar que
el propio Cabello, cabeza de la Asamblea Nacional, antes de ocurrir la
masacre, anunció que las Unidades de Batalla Chavistas ya estaban en
acción y "decididas a impedir que la derecha fascista lance sus garras
sobre el pueblo". De modo que, ante el hecho notorio conocido puso
fósforo sobre el pavimento.
Ellos no podrán borrar para la
historia lo esencial. Durante tres lustros, bajo la consigna de que "la
revolución es pacífica pero armada", hicieron "política de Estado" armar
a la población civil rompiendo el monopolio del Estado sobre las armas;
a fin de que, llegado el caso, asegurar el avance de la revolución por
las buenas o por las malas, reprimiendo a la población civil disidente,
segregándola, imponiéndole incluso la muerte civil.
Allí están
las reformas legislativas militares de 2005 y 2008 que crean la milicia -
la llamada Guardia del Pueblo - bajo dirección operativa directa del
Presidente Maduro. Y allí están los "círculos bolivarianos" mudados en
"colectivos populares", puestos en acción por el mismo Cabello desde
cuando ejerciera como ministro de la presidencia y luego como ministro
del interior.
Los crímenes de lesa humanidad no son crímenes de
cantidad, como el genocidio. Se trata de violaciones múltiples de
derechos humanos, asesinatos, violaciones a la integridad personal o
torturas, obra una "política de Estado" sistemática, dirigida contra una
"población civil" a quien al paso se persigue por tener una identidad
propia "fundada en motivos políticos".
Eso lo precisa el
artículo 7 del Estatuto de Roma, y los responsables individuales de
tales crímenes no pueden alegar el ejercicio de funciones como
gobernantes o parlamentarios, según el artículo 26, y tampoco argüir que
sus subalternos son los responsables, pues han ejercido sobre ellos un
control efectivo pero inapropiado, como reza el artículo 28.
La
Masacre del Día de la Juventud es la clara consecuencia de una política
de Estado represora. Eso lo confirmó ante la comunidad internacional el
propio Nicolás Maduro, el pasado 14 de febrero: "Que lo sepa el mundo,
estamos decididos a todo, y... profundizaríamos esta revolución hasta
más allá de los límites que se han conocido", dice, para luego de
ajustar ante el Mercosur que "esta revolución pacífica y democrática,
quizás tomaría otro carácter, armado y profundamente revolucionario". Su
confesión es su sentencia.
Exjuez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos
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