sábado, 29 de noviembre de 2014

El complot contra la ciencia en Venezuela

Por Edgar Cherubini - El Nacional - 29/11/2014
La eliminación del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, IVIC, es la noticia del momento. Sorprende que el gobierno haya tardado tanto tiempo en tomar la decisión, pues el complot contra la ciencia en Venezuela comenzó a gestarse en las reuniones del Foro de Sao Paulo desde 1990 y se recrudece a partir del año 2000, cuando desde Cuba le ordenaron al régimen chavista utilizar el mismo procedimiento contra científicos e intelectuales implementado por la antigua URSS en los países ocupados por Esta. El método ya estaba traducido al español en la isla y solo necesitaba ser adaptado a Venezuela. El objetivo era y es el de borrar todo trazo de legitimidad intelectual de los subyugados.
Como el desprestigio público y el asesinato intelectual es parte del método, encargaron a un periodista norteamericano, Patrick Tierney, militante de izquierda, con buenos nexos académicos y acceso a importantes medios de comunicación, que creara una matriz de opinión adversa a la ciencia en Venezuela, con el fin de desprestigiar a conocidos científicos y académicos, entre ellos al doctor Marcel Roche y a instituciones como el IVIC.
Como es sabido, el doctor Roche (1920-2003) fue un destacado científico, creador del Instituto de Investigaciones Médicas, director del Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales, Ivnic, que dio origen al Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, IVIC. Fue director de esta institución durante 10 años como también fundador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas, Conicit, y editor de la revista Interciencia. El blanco perfecto.

La confabulación
Todo comenzó con un memorándum incendiario que los antropólogos marxistas Terence Turner y Leslie Sponsel dirigieron a la Asociación Americana de Antropología en los primeros días del mes de septiembre del año 2000, y que circuló libremente por la red provocando el estupor a quien lo leyera.  Como parte de la trama, Turner y Sponsel denunciaban que científicos norteamericanos y venezolanos habían realizado “experimentos fascistas” con indios yanomami, provocando la muerte a “cientos o miles de ellos”. En su comunicado expresaban en forma panfletaria: “Esta historia de pesadilla es realmente un turbio misterio antropológico que va incluso más allá de la imaginación de un Joseph Conrad, aunque no, quizás, la de un Josef Mengele”. El escándalo involucraba a conocidos científicos y antropólogos, así como a diversas instituciones científicas. El objetivo se cumplió satisfactoriamente, ya que, a partir de ese momento, los titulares de muchos diarios en todo el mundo comenzaron a hablar de “un genocidio de indígenas en Venezuela”, “científicos aniquilaron a indígenas en Amazonas para comprobar teoría racista”, “experimentos fascistas en el Amazonas”, “yanomami usados como control de la bomba atómica” o “yanomami fueron tratados como ratones de laboratorio”. La fuente que alimentaba todas esas informaciones era Patrick Tierney, autor de varios artículos sobre el tema que luego compilaría en el libro “Darkness in El Dorado: How Scientists and Journalists Devastated the Amazon”, publicado meses después.
Sin ningún tipo de evidencias y entrando en el terreno de las teorías conspirativas, Tierney describe minuciosamente las actividades de un grupo de científicos que condujeron una investigación en el Amazonas venezolano patrocinada por la Comisión de Energía Atómica del gobierno norteamericano, en la cual los indígenas fueron sometidos a experimentos similares a los realizados con los habitantes de Hiroshima y Nagasaki para estudiar la influencia de la radiación atómica sobre los genes de los sobrevivientes. Estos supuestos experimentos formarían parte integral del Proyecto Manhattan y habrían sido conducidos a finales de los años sesenta, para comprobar “tesis eugenésicas” sobre la “supervivencia del más fuerte”. Tierney acusa de genocidio a James Neel (1915-2000), una autoridad en genética, y a Marcel Roche, entre otros conocidos científicos. Igualmente, los asocia a una trama secreta de experimentos radiactivos con humanos, dirigidos por la Comisión de Contingencia de la Bomba Atómica (Atomic Bomb Casualty Commission, ABCC). Asimismo, los acusa de haber inoculado el virus del sarampión a los yanomami manipulándolos sin ningún tipo de ética, como si fueran ratones de laboratorio y provocando muertes masivas.


Respuesta al complot
Ante las graves y temerarias denuncias de Tierney, diversas instituciones científicas y académicas de reconocido prestigio, tales como la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos de América, la Asociación Americana de Antropología, la Sociedad Internacional de Genética, la Universidad de Michigan y la Universidad de California, para citar algunas de ellas, ordenaron a sus respectivas comisiones de ética realizar investigaciones para corroborar la veracidad de tan graves denuncias. Sus conclusiones fueron que dichas acusaciones y las supuestas pruebas carecían de veracidad. Bruce Alberts, presidente de la Academia Nacional de Ciencias, NAS, consideró que el contenido del libro de Tierney es “falso y se puede demostrar su falsedad”.  Idéntica fue la conclusión de la Comisión de Ética de la Sociedad Internacional de Epidemiología Genética (International Genetic Epidemiology Society). A la misma conclusión llegó el equipo médico de la Universidad de Río de Janeiro, luego de una investigación exhaustiva conducida por el reconocido antropólogo Bruce Albert: “El uso de la vacuna Edmonston B, que administraron Neel y Roche durante la epidemia de sarampión entre los yanomami, no puede ser considerada técnicamente incorrecta. Las muerte de yanomami observadas en 1968 en el río Orinoco fueron el resultado de la epidemia de sarampión proveniente de Brasil y no tiene relación alguna con la campaña de vacunación que Neel emprendió junto con Roche”, quienes trataron de evitar la propagación de la epidemia.

 

Posición del IVIC
Luego de haber publicado artículos y haber ofrecido declaraciones a diversos medios internacionales, el 11 de noviembre de 2000, el señor Tierney apareció en uno de los principales diarios venezolanos declarando que “los yanomami fueron usados como un grupo de control de la bomba atómica”, acusando entre otros al doctor Marcel Roche. Esta patraña fue rebatida y aclarada por el doctor Egidio Romano, en una ponencia presentada ante la Asociación Americana de Antropología, AAA. “El principal interés del doctor Roche eran las investigaciones sobre las hormonas tiroideas y el metabolismo del yodo (…) Marcel Roche junto a otro distinguido médico venezolano, Francisco de Venanzi, comenzaron por estudiar el consumo de yodo de la glándula tiroidea en 1954. Las principales líneas de investigación fueron la anemia por desnutrición, el bocio endémico, la diabetes y enfermedades parasitarias (…) El doctor Roche y sus colegas fueron quienes por primera vez utilizaron radioisótopos con fines médicos en Venezuela.  El doctor Roche decidió estudiar la deficiencia de yodo, la causa más común de bocio endémico en el país. En primer lugar, estudió la absorción de yodo radioactivo en la población normal, eutiroidea, de Caracas, y en 1954-1955 condujo un amplio estudio en los Andes venezolanos donde había muchos pueblos donde el bocio era la regla y no la excepción. Debido a lo remoto y aislado de la región amazónica, era lógico realizar estudios similares entre sus indígenas. En 1959, realizó un primer estudio entre las tribus maquiritare y guajaribo (sanema-yanomami) del Alto Ventuari. Este estudio se extendió hasta la región del río Mavaca. En el año 1968, como parte de la misma expedición de Neel, el doctor Roche extendió su estudio de absorción y excreción de yodo a los yanomami de la región de Ocamo (…) En todos estos estudios utilizó de 5 a 30 microcuríes para determinar la absorción de yodo y en algunos casos 100 microcuríes para estudios cinéticos”.
El doctor Egidio Romano continúa: “Fueron precisamente los estudios del doctor Roche los que ayudaron a establecer un programa nacional para la prevención del bocio mediante el suplemento de yodo en la sal de mesa. ¿Fue entonces criminal el uso de yodo radioactivo? ¿Es correcto decir que los yanomami fueron utilizados como conejillos de indias tal como declaró el señor Tierney para un periódico venezolano?”.
La respuesta de otro grupo de científicos venezolanos a las falsas acusaciones de Tierney apareció publicada en la prestigiosa revistaScience (febrero 2001), bajo el título “Venezuelan Response to Yanomamo Book” (Respuesta venezolana al libro sobre los yanomami). Está firmada por científicos de primera línea tales como Virgilio Bosch, Luis Carbonell, Eduardo Coll, Gabriel Chuchani, Miguel Laufer, Miguel Layrisse, Jorge Vera, Gloria Villegas y Raimundo Villegas.

Satanización de la ciencia
En 1990 el Foro de Sao Paulo, la nueva internacional comunista en el hemisferio occidental, promovida por Cuba, decidió asumir las luchas de los pueblos latinoamericanos bajo nuevas modalidades, entre otras, la de fomentar movimientos políticos por los derechos de los indígenas y la promoción del separatismo étnico, cobijándolos bajo la premisa ideológica de una identificación panindígena, opuesta a Occidente. Para eso, contactaron a diversos antropólogos dentro de las universidades latinoamericanas, norteamericanas y europeas para impulsar una nueva “antropología crítica”, “progresista”, “comprometida” o “militante”, en contraposición a la ciencia y a la antropología académica tradicional.
Desde entonces, muchas disciplinas académicas, padecen los embates de una “nueva inquisición”, esta vez contra la ciencia, emprendida por la llamada “izquierda posmodernista” o “deconstruccionista”. Esta nueva visión de la ciencia argumenta, entre otras cosas, que no hay tal “observación objetiva, que los hechos son elaboraciones políticas y que la ciencia es un instrumento de opresión”.
Paul Groos, de la Universidad de Virginia, abordó el problema sin ambages en el libro Higher Superstitions: The Academic Left and Its Quarrels with Science, 1994, John Hopkins University Press. Allí evalúa el impacto de los movimientos anticientíficos en las universidades norteamericanas. En un artículo titulado “Exorcizando la sociobiología” (“Exorcising Sociobiology”The New Criterion, 04/02/2001), Gross alude a los antropólogos culturales anticientíficos afirmando que sus puntos de vista, métodos y procedimientos tienen un parecido asombroso con la práctica medieval del exorcismo: expulsar el espíritu maligno, a Satanás, del grupo, utilizando medios mágicos, sobrenaturales y severos. En este caso, Satanás es el método científico o cualquiera que utilice el método científico para explicar lo que ocurre en el mundo externo. Gross concluye que el efecto neto de las acusaciones de Tierney es el de hacer daño a investigadores y obstaculizar la entrada de científicos para realizar estudios de campo en el Amazonas, citando específicamente la prohibición del gobierno de Venezuela sobre la realización de investigaciones en territorio yanomami.

Indígenas versus científicos
Patrick Tierney y sus asociados nacionales e internacionales, que de alguna manera estarían confabulados para privilegiar ciertos intereses en las selvas amazónicas, se anotaron un triunfo al provocar en los indígenas y en la opinión pública global un sentimiento de animadversión contra los científicos venezolanos. Sus temerarias acusaciones, cuya trama estaba basada en ficciones, en testigos inexistentes, en la falsificación de testimonios y datos, así como en las intrigas de una guerra sucia desatada en la academia por un movimiento anticientífico alentado por antropólogos y científicos marxistas, lograron su objetivo, que era el de expulsar a los científicos del estado Amazonas, región de gran importancia geoestratégica para el país, dejando el campo libre a quienes deseaban asumir el control de esos territorios: las corporaciones mineras transnacionales interesadas en la prospección de minerales estratégicos; la guerrilla colombiana, aliada del narcotráfico, que necesitaba ampliar su franquicia en la extracción de oro en los ríos dentro de la frontera venezolana, así como otros grupos y organizaciones de dudoso origen.

“Destruir es fácil, construir requiere años”
El cobarde ataque contra Roche con la intención de dañar su reputación y su obra, apuntó también a los valores construidos por toda una generación de científicos e intelectuales. Es innegable que en Venezuela está en marcha, desde entonces, una “nueva inquisición” contra las instituciones académicas y científicas promovida por el régimen chavista tutelado por el  castrocomunismo.
Flor Pujol, presidenta de la Asociación de Investigadores del IVIC, declaró recientemente a la prensa sobre los logros de esa institución: “30% de la ciencia hecha en Venezuela surge en el IVIC, 400 egresados en doctorado y maestrías han salido de la institución y 200 proyectos de investigación se llevan a cabo en este momento. 80% de sus trabajos son para mejorar la calidad de vida del venezolano”.
Sin embargo, el parte oficial habla de “la ciencia al servicio del pueblo, al servicio de la liberación, al servicio de la soberanía”, eslóganes políticos para justificar la ocupación y desmantelamiento de la institución, como pasó anteriormente con el Instituto de Tecnología Venezolana para el Petróleo, Intevep.
Cuando en otros países se invierte en conocimiento y se promueve la innovación tecnológica, en Venezuela se asfixia a las universidades, se hostiga a los científicos y se cierran los centros de investigación, provocando el éxodo de miles de profesionales hacia otros países.
Jacinto Convit, en una entrevista que le hiciera El Nacional (28/01/01) en relación con la historia científica del país y los hombres que, como Marcel Roche y otros eminentes científicos, han dado su vida por el avance de la ciencia en Venezuela, declaró en forma dramática: “Destruir es fácil, construir requiere años”. En su ignorancia y fanatismo, el régimen terminará suplantando la ciencia por la superstición.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Consideraciones sobre diccionarios de la era digital

Francisco Javier Pérez - El Nacional - 17/11/2014
Situación y precisión
Si entendemos por era digital el tiempo en que la información, la comunicación y el conocimiento se ven creados y auxiliados por una tecnología de almacenamiento prodigioso y de divulgación incalculable y si pensamos en que los diccionarios desde siempre se entendieron como auxiliares y creaciones privilegiadas del conocimiento, la comunicación y la información sobre la lengua y la cultura, muy pronto sabremos cuánto de importante resulta la reflexión que nos proponemos. Casi me atrevería a decir que los diccionarios y el género de obras al que pertenecen, o fueron pensados anticipadamente para la era digital o son al día las obras que mejor pueden reflejar las metas y los retos del tiempo presente.
Una particular situación, quizá asumida como una transición, nos lleva a destacar la adaptabilidad de la lexicografía (y la de los lexicógrafos) a los nuevos cambios en la concepción misma de la disciplina y de los métodos que ensaya gracias a la revolución digital, cuando la propia lexicografía del presente y la mayoría de sus cultores son hija e hijos de lo analógico por formación y vocación. Esto es, una suerte de presencia digital en embrión en la entraña profunda de la concepción analógica del mundo.
En cuenta de estas poderosas transformaciones en la comprensión de las cosas, y en cuenta de cuánto van a afectar el sentido y el trabajo de la lexicografía, quisiera aportar a la discusión, siempre germinal, tres consideraciones a tener presentes para lograr que la rotundidad de los cambios no desequilibren la naturaleza de los empeños por elaborar diccionarios que se entiendan nacidos en la era digital y por ello su mejor representación. Nos amparamos, en el principio etnolexicográfico por el cual auspiciamos la lectura del diccionario como lectura del mundo gracias a la descripción que en él se hace de la lengua que lo retrata en verdad y en afectividad. El diccionario como cosmovisión de la era digital, su fundador y su reflejo.

Que lo digital no haga olvidar el valor de la tradición (Primera consideración)
Como sabemos, la lexicografía es una de las más antiguas disciplinas de las que conforman el vasto conjunto de las ciencias del lenguaje. Tanto como la gramática, las tradiciones lingüísticas más remotas señalan como logros indiscutibles, la hechura de repertorios de variada y dispar naturaleza que recogían y describían el léxico general o parcial de una o varias lenguas.
El pasado en lexicografía cuenta y pesa. Las primeras obras estaban centradas en hacer una “lexicografía fundacional”; repertorios para construir las recopilaciones iniciales y las explicaciones primigenias de las voces más representativas de la lengua. Más tarde, el empeño se traduciría en una “lexicografía canónica”; repertorios generales para describir la globalidad ideolectal. Seguiría, la “lexicografía diferencial”; repertorios compuestos para mostrar el valor de lo distintivo dialectal. Finalmente, la “lexicografía total”; repertorios para asumir la riqueza de los conjuntos. Alimentándose de la tradición y alimentándola a su vez, cada una de estas formas y etapas del quehacer lexicográfico se fue haciendo gracias a la preservación de una tradición que ofrecía cartas de ciudadanía léxica, trasvases naturales de contenidos y modos formales de explicación, capaces todos de cumplir las funciones básicas para hacer que la cultura en lengua española quedara fija y desarrollándose como su mejor imagen. 
La lexicografía fue creciendo al continuar lo que antes se había hecho bien y al superar lo mal hecho o nunca logrado (en lexicografía hay siempre una distancia entre lo que se pretende y lo que se alcanza). En cualquiera de estas situaciones, siempre la presencia del pasado se hizo determinante. La llegada de la ciencia del lenguaje durante el siglo XIX significó para la lexicografía un cambio de concepción y ese cambio supuso el tránsito, paulatino y sereno, desde su definición tradicional como técnica artística de elaboración de diccionarios hasta su benéfica modificación como técnica científica. En otro sentido, nunca la artesanía lexicográfica ha significado un demérito, sino, al contrario, un recuerdo permanente sobre el nacimiento artístico del género.

Que lo digital no se convierta en un fin (Segunda consideración)
El proyecto digital manifiesta siempre una gran seducción. La novedad del recurso y sus muchos atractivos pudieran revertirse en su contra y hacer que el alcance de sus medios terminara siendo lo único que pudiera señalarse como logro. Pesaría más aquí la delicia del técnico digital que la del lexicógrafo, quedando los esfuerzos de este último supeditados a la pirotécnica del prodigio.

Que lo digital se revierta en beneficio descriptivo (Tercera consideración)
Como se sabe, el trabajo lexicográfico busca con cada nueva realización el perfeccionamiento de las anteriores, la depuración de los métodos y la afinación de los instrumentos descriptivos. Su cometido final no es otro que hacer cada vez mejores diccionarios. El aporte de lo digital, en este sentido, luce a primer vistazo como indiscutible mejoramiento y sin duda es así. Las posibilidades en el almacenamiento de la información léxica, el aumento de las acciones relacionales y la presentación interactiva de los renglones descriptivos, entre otros aspectos, determina un modo nuevo de hacer lexicografía (aunque sin menospreciar los modos viejos que parecen siempre anticipos de estos tan actuales). Todo lo que suponga refinar los procesos interpretativos y explicativos sobre el léxico será bienvenido; aquello que solo busque solazarse en el recurso tecnológico no tendrá sentido.

Ideas sueltas para terminar
Puesto que la lexicografía se enmarca en la técnica de la descripción y no tanto en la tecnología de la información, se deben propiciar cruces coherentes entre ambas situaciones disciplinarias. La más aguda, que se ensayen nuevos modos de encarar la investigación lexicográfica (recolección, interpretación y presentación de materiales léxicos con auxilio informático), dejando atrás la creencia de que solo se trata de un cambio de formato.
Como ocurrió en la historia literaria, la trayectoria de los diccionarios señala una evolución en tres períodos bien diferenciados: la lexicografía de autor, en el tiempo fundacional; la lexicografía del texto, en el tiempo manual; y, finalmente, la lexicografía del usuario, en el tiempo digital. En esta última, la interacción está resultando elemento constitutivo de gran alcance, pues hace en definitiva que el usuario se haga también actante en la confección y mejoramiento del diccionario en alguna de sus etapas y en muchos de sus procesos.
En torno a la interactividad como recurso de contribución para la elaboración, una mirada crítica a su funcionamiento en las redes sociales ilustraría algunas desviaciones entre el medio y sus resultados y abriría un espacio de reflexión sobre los reparos que pueden hacerse a la interacción como principio de elaboración de diccionarios (v.g los desajustes sobre la veracidad de la información  a partir de publicaciones que hacen los usuarios en la red Twitter).
Dicho en otros términos, no parece conveniente dejar que la interactividad se mueva con libertad incontrolada en las tareas lexicográficas, ya que la mayor o menor competencia del usuario podría producir atentados contra el rigor descriptivo del diccionario y desvirtuar la naturaleza de la materia lingüística. Libre para actuar, el usuario incompetente podría causar daños a la lengua o, en el menor de los casos, generar confusiones con las adiciones y enmiendas que pudiera aportar en la confección de un diccionario digital sustentado en la interactividad. Siempre, lo vemos ya, tendría que limitarse la posibilidad de hacer esos aportes y, mucho más, encauzar las formas de enviar los materiales y de hacerlos explícitos en la hechura final de la obra.
Si pensamos, al contrario, en el usuario competente, la interactividad puede resultar un elemento crucial en la recolección del corpus léxico, un asidero en la calificación de uso de los fenómenos y, hasta, una primera coautoría en la redacción de las piezas diccionariológicas. Aportes todos ellos que ofrecerían claras ventajas a la investigación lexicográfica, más allá del almacenamiento y la disponibilidad. 
Menos problemática lucen las aplicaciones (App) del diccionario en Internet o en telefonía móvil de última generación ya que permiten a cualquier usuario resolver dudas léxicas valiéndose de la puesta en línea de distintos textos. Quizá, una de las primeras implicaciones del diccionario en estas materias estuvo domiciliada en la data léxica de los procesadores de palabras que corregían y corrigen, no siempre con la asertividad deseada, los errores o desajustes en la producción textual en procesadores de palabras.
La necesidad de comprender el diccionario digital como un sistema de sistemas en donde los más mínimos elementos descriptivos tengan una respuesta en el cuerpo del propio diccionario (una poderosa complejización del aparato de relaciones y de sus inconmensurables posibilidades)  en proporciones nunca antes auspiciadas  y, más aún, en la materia de otros diccionarios, obras de referencia, tratados sobre la lengua, medios impresos o virtuales, apoyos web, pronunciaciones, entonaciones, imágenes, audios y videos permitirán hacer que un diccionario sea todos los diccionarios y que entre todos y cada uno se entremezcle un infinito universos y un universo infinito de señales y conocimientos descriptivos de límites pocas veces alcanzados.
Aquí, y muy brevemente, quisiera comentar la experiencia delDiccionario de historia de Venezuela, elaborado por un cuerpo de investigadores de la Fundación Polar. Aparecido en papel en 1988 y en 1993, la obra fue trasladada a formato digital y convertida en libro electrónico. Al lograrse la migración, la obra en papel se transformó en obra digital y sus contenidos fueron pensados desde esta última dimensión. El usuario del nuevo producto podía tener en la versión digital todo el texto original, pero éste había sido acuñado nuevamente para hacer posible que los apoyos multimedia entraran con gran alcance. Ésta experiencia pionera sentaría las bases para nuevas relaciones y mostraría con claridad la nobleza del recurso digital.
Sobre la convivencia entre las versiones físicas y electrónica de los diccionarios, asunto tan debatido y de tanta preocupación, debe decirse que el diccionario digital no sólo será visto como hijo del diccionario tradicional, sino del relato permanente que tienen que hacerse siempre a las obras tradicionales en el marco y como marco de la era digital. Para lograr un buen diccionario digital es absolutamente imprescindible contar antes con un buen diccionario en papel.
Ello nos conduce, en conclusión, a identificar los aciertos y los peligros que merodean en torno al diccionario interactivo y a otras especies digitales. Los méritos quedan a la vista en cuanto a las contribuciones de muchos usuarios por la vía relacional (señalamientos de uso, adiciones al corpus, precisión de acepciones, afinamientos estilísticos, estadísticas sobre la extensión y frecuencia de uso, etc.). Los peligros, quizá, esos que vienen dados por el abrupto contraste entre la libertad que gesta la era digital en todas sus formas y la cárcel descriptiva que irremisiblemente son siempre los diccionarios. Cómo congeniar ángeles y demonios será el reto de la lexicografía en las décadas por venir.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Repunte inflacionario y recesión

Por Pedro Palma - El Nacional - 6 de noviembre 2014
La presencia y agravamiento de una serie de desequilibrios económicos a lo largo de 2014 han agudizado el problema inflacionario en Venezuela, a pesar de los esfuerzos de controles impuestos por el gobierno y de las amenazas de retaliación hacia aquellos que los incumplan. Los menguados resultados de esas acciones restrictivas han llevado a las autoridades a esconder las cifras que reflejan el comportamiento de los precios, quizá creyendo ingenuamente que con esas acciones la población se olvidará del problema y dejará de prestarle atención al encarecimiento de los bienes y servicios. No se dan cuenta de que lo que se logra con ese tipo de conducta es crear escepticismo y aumentar las expectativas y la incertidumbre, llevando al convencimiento de que lo que se pretende esconder es algo muy grave, por lo que hay que buscar protección contra la agudización esperada del problema, lo que contribuye a exacerbarlo.
La situación se agrava con la reciente y acentuada caída de los precios petroleros, pues ello restringirá aún más las divisas para importar y recrudecerá el problema de desabastecimiento y escasez que padecemos, dada la imposibilidad de que el menguado aparato productivo interno pueda elevar la producción y sustituir los bienes importados por productos locales. Adicionalmente, la menor oferta de dólares agregará presión para que se revise el tipo de cambio preferencial que aún se mantiene en el absurdo esquema de 6,30 bolívares por dólar, a pesar de que esa cantidad de moneda local compra en Venezuela menos de un tercio de lo que se puede adquirir con un dólar afuera.
Con la finalidad de analizar el posible comportamiento de la economía en 2015 estudiamos varios escenarios. Uno de ellos supone que el precio promedio de la cesta petrolera venezolana será de 75 dólares por barril, mucho más bajo que el de 2014, haciendo que la menor disponibilidad de divisas lleve a que a comienzos del próximo año se elimine el tipo de cambio preferencial de 6,30 bolívares por dólar, pasando todas las transacciones que hoy se hacen a esa tasa a la de Sicad 1, y que esta última se vaya ajustando a lo largo del año, logrando un promedio anual de 16 bolívares por dólar. Adicionalmente, suponemos en ese escenario que se pasan progresivamente transacciones externas al tipo de cambio de Sicad 2, el cual se mantendría en torno a los 50 bolívares. Adicionalmente, se presupone que, dadas las importantes elecciones parlamentarias del próximo año, el gobierno le seguirá dando alta prioridad al gasto público, particularmente al dadivoso que genera dividendos políticos. De darse este escenario, el comportamiento de la economía sería muy adverso, lo que generaría una altísima inflación que pudiera superar el 100%. Ello se debería, en primer término, al encarecimiento de los productos foráneos debido a la devaluación del bolívar; en segundo término, a la sostenida expansión monetaria, exacerbada por la masiva creación de dinero inorgánico por el BCV para financiar gasto público deficitario; y, en tercer término, a la incapacidad cada vez mayor del aparato productivo y de distribución de ofrecer bienes y servicios en consonancia con la demanda, entre otras razones por los desproporcionados controles de precios y de otra índole que condenan a muchos a trabajar a pérdida, y por las dificultades para importar insumos o bienes terminados.
La altísima inflación y la devaluación de la moneda restringirían la capacidad de compra de los ingresos de la población y generarían efectos recesivos de importancia, pudiéndose producir una contracción del PIB muy intensa y aún más profunda que la de 2014. Todo ello, obviamente, deterioraría la situación laboral debido a las limitaciones en las posibilidades de crear fuentes de empleo y a la caída de la capacidad de compra de las remuneraciones, lo que generaría un adverso y cargado clima social, así como un aumento inevitable de la pobreza.