jueves, 29 de junio de 2017

Economía de centro

Por Pedro A. Palma El NACIONAL 29/6/2017
La elección del nuevo presidente de Francia, Emmanuel Macron, ha contribuido a revivir y a poner en la palestra de la opinión pública internacional un concepto con el que he comulgado desde hace varias décadas: la economía de centro, un sistema económico que se aparta de extremos como el estatismo y el liberalismo. La economía es dinámica, está en permanente movimiento, y en ella interactúan múltiples actores, muchos de los cuales tienen intereses y objetivos contrapuestos. Por ello, su manejo es muy complejo, y las políticas posibles de implementar para influir en su comportamiento pueden ser diversas y generar resultados muy diferentes.
¿Cuál es entonces el sistema económico óptimo? Creo que conseguir una respuesta acertada a esa pregunta no es tarea fácil, pues cualquiera que se aplique genera aspectos positivos pero también negativos, por lo que debe buscarse uno que esté caracterizado por políticas realistas, balanceadas y aplicables, cuya implementación maximice los pro y minimice los contra y los obstáculos para la consecución de un objetivo central, que no debe ser otro que la sólida y sostenida mejora de la calidad de vida de la población. A su vez, ese sistema debe formar parte de un plan integral de desarrollo sustentable con visión de largo plazo, que tome en consideración no solo lo económico, sino también lo social, lo ambiental, lo cultural, lo educativo, lo tecnológico y tantos otros aspectos y valores esenciales en los que se tiene que fundamentar una sociedad libre para progresar y desarrollarse.
Siempre he defendido que el mejor sistema económico es uno de centro, en el que los distintos miembros de la sociedad, incluidos el Estado, los empresarios, los trabajadores, los profesionales y técnicos y tantos otros jueguen un papel importante en su implementación para lograr los mejores resultados. En un reciente artículo (“Ocupar el centro”, Project Syndicate, 3/5/2017), el economista chileno Andrés Velasco resumió brillantemente las bases de esta propuesta diciendo que los centristas somos pro mercado en lugar de pro empresa, como lo proponen los libertarios, como él los llama, pero somos conscientes de que los mercados no son perfectos ni pueden curar todos los males, y pueden ser fuente de inestabilidad en caso de no estar bien regulados y efectivamente supervisados. De allí que se necesite un sector público efectivo y eficiente que establezca unas reglas de juego racionales y balanceadas que fijen los límites dentro de los cuales puedan actuar libremente las empresas. Esto le permitiría al gobierno supervisar y regular eficientemente distintas actividades económicas con el fin de evitar prácticas indebidas, como el dumping, la cartelización de empresas para la fijación de los precios, o el uso indebido y riesgoso de los fondos del público depositados en el sistema financiero. Estas regulaciones no deben confundirse con la imposición de controles y prohibiciones absurdas, ineficientes y distorsionadoras que impiden el funcionamiento eficiente de los mercados.
Como se ve, lo que busca el centrismo es un balance en el que cada actor económico juegue el papel que le corresponde, sin caer en situaciones extremas. Veremos si Macron tiene éxito en la aplicación del modelo que propone para la economía de su país y para la Unión Europea, para lo cual cuenta con una amplia mayoría en el Parlamento francés, con el apoyo y la esperanza de su pueblo y con la anuencia de otros líderes europeos que, como él, quieren fortalecer el mercado común del viejo continente. Ojalá sea así.
En lo personal, tengo una gran expectativa en la experiencia francesa, pues pienso que lo que allí se propone hoy en materia económica es el camino a seguir no solo en ese país, sino también en nuestra Venezuela. Hace ya más de tres décadas un colega me definió con un toque de sorna como un economista “radical” de centro, y no le faltaba razón.

martes, 13 de junio de 2017

Venezuela, Cuba y la OEA

Antonio Sánchez García - El Nacional - 13/06/2017
Es la hora de que la comunidad democrática internacional abra los ojos y venga en nuestro auxilio. Con todos sus medios. Venezuela es, para la región y el mismo Estados Unidos, inmensamente más valioso que Cuba, e importante política, económica, social e históricamente que Siria. Esperamos por lo menos que lo entiendan.
A Luis Almagro
Hay un convidado de piedra en la Asamblea General de la OEA: Cuba. No se la menciona, es un tótem y un tabú, y nadie, ni siquiera su secretario general, Luis Almagro, el mejor que haya pasado por sus tablas desde su creación y posiblemente el más valioso de los políticos latinoamericanos vivos, osa mencionarla. Es el poder en las sombras, el fantasma de la ópera, que ni siquiera sus vicarios y acólitos, como quien dirige la cancillería de su satrapía en tierra firme, o su plenipotenciario en funciones ante la OEA, osan mencionar. Pues sería como mencionar la soga en casa del ahorcado.
Todos los miembros de pleno derecho de la con razón llamada Organización de Estados Americanos, sean ellos de derechas, de izquierdas o de centro, tienen perfecta conciencia de que el dueño del desventurado país sobre cuyos destinos se discute es, por ahora, Raúl Castro. Hasta su muerte fue su hermano Fidel. Luego de la muerte será su nieto. Versión tropical y caribeña de Corea del Norte. Pero ninguno hace mención del hecho: Maduro es un agente cubano, puesto frente a la administración de la dictadura a la discutible muerte de Hugo Chávez Frías, sucedida en Cuba, en La Habana, en el CIMEQ y bajo la directa, secreta y blindada observación de Fidel y Raúl Castro. Y ni la señorita Delcy Rodríguez, ni sus embajadores en Washington, ni ninguno de los funcionarios que los acompañan en dichas discusiones estarían ocupando sus puestos sin la aprobación del supremo gobierno cubano. Piensan, hablan y gesticulan como si fueran monigotes: son títeres de Raúl Castro. Pero se los toma en serio, se discute con ellos y se pretende convencerlos de verdades tangibles –crisis humanitaria, insurrección, manifestantes asesinados, narcotráfico de dimensión planetaria, pobreza, falta de alimentos y medicinas– como si no fueran los apasionados voceros de la cancillería cubana. Los perros que ladran a sus indicaciones.
El poder del amo cubano es omnipresente y ubicuo: desde el papa Francisco a la canciller alemana Angela Merkel y desde Donald Trump a la socialista chilena Michelle Bachelet, pasando por Mauricio Macri, Temer y PPK –los liberales latinoamericanos de la partida–, todos de consuno, le recomiendan a la oposición venezolana, que se sabe maniatada, aherrojada y amenazada de muerte por las fuerzas combinadas de la satrapía venezolana y la tiranía cubana, que la amaestra, la maneja y la domina, le recomiendan a esta oposición que dialogue con Nicolás Maduro. Como si Nicolás Maduro fuera algo más que el títere de Raúl Castro y Ramiro Valdés. Como si en verdad dispusiera de mayor poder que el de quienes lo manejan.
¿Por qué no hablan con la verdad por delante y le recomiendan a nuestra oposición que se reúna en sitio neutral, ante un tercero, con Raúl Castro? ¿Por qué darle a la tiranía cubana la insólita ventaja de su absoluta transparencia, no tocarla ni con el pétalo de una rosa y hasta abrirle los brazos en gloria y majestad, con caras sonrientes y amabilidad desbordada, como lo han hecho Barack Obama y Jorge Alejandro Bergoglio? ¿Por qué insólitas y extrañas razones tanto el Departamento de Estado de la Sra. Hillary Clinton como el Vaticano de monseñor Parolin prefirieron abrirse a la tiranía cubana, en absoluto desmedro de la democracia venezolana? ¿Por qué todas las cancillerías del mundo, con la natural excepción de Corea del Norte, Rusia, China y los cipayos latinoamericanos, expresan sus angustias ante la tragedia venezolana y callan la razón de tal tragedia: la colonización de Venezuela por Cuba y el implacable manejo de sus fuerzas militares, policiales y parapoliciales, un ejército de “asesores”, “médicos”, “preparadores deportivos” y “técnicos de gobierno” que constituyen un ejército de ocupación de tropas de combate altamente preparadas para la guerra, de decenas y decenas de miles de funcionarios cubanos, que controlan desde notarías hasta registros de identidad, manejan quién cómo y cuándo merece tener o no tener un pasaporte y se llevan la tajada del león de los ingresos de nuestra esquilmada industria petrolera? ¿Y 100.000 barriles diarios de petróleo a cuenta de inventario?
Evidentemente, Susana Malcorra y Heraldo Muñoz, cancilleres de Argentina y Chile, lo saben tan perfectamente como lo sabe monseñor Parolín, canciller del Vaticano, el jefe del Departamento de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, y todos los ministros de relaciones exteriores de las naciones democráticas del orbe: Venezuela es una dictadura “exógena”, para usar un término creado por quienes la administran: su cerebro, su alma y su corazón se encuentran en La Habana. Y si no lo saben no merecen ocupar los puestos que ocupan. Si sus servicios de inteligencia no los proveen de la verdad de lo que ocurre en nuestro atribulado país, ¿de qué es que los proveen?
Una palabra de Raúl Castro es una orden para Nicolás Maduro y una de Ramiro Valdés una decisión que no será discutida por el general Vladimir Padrino, jefe de los ejércitos venezolanos. Ni Maduro, ni Padrino ni ninguno de los funcionarios de la dictadura tienen poder real para actuar por propia iniciativa. Y quien de la alta nomenclatura del régimen, como la fiscal general de la República, Luisa Ortega Díaz, las contraríe, corre el riesgo de ser suicidada, como lo insinuara con su perversa y estúpida brutalidad uno de los máximos sigüises del dictador y ex guardaespaldas a todo servicio de Hugo Chávez, Pedro Carreño. Sin el consenso de los tiranos cubanos o la decisión unilateral de sus estados mayores de retirarse del campo de batalla temiendo graves consecuencias para la supervivencia de su “revolución”, Venezuela no saldrá de su tragedia. Para Cuba, la dictadura venezolana es un “essential”, una conquista innegociable.
Héctor Schamis, el gran columnista de El País, escribió en abril de 2015 que en Venezuela no existían las fuerzas internas capaces de dirimir el grave conflicto en el que estábamos. La insurrección en marcha, de una dimensión, una fuerza y un alcance inéditos en la historia de América Latina y solo comparable a los sucesos de Ucrania o la Primavera Árabe, demuestra que existen de la parte opositora las fuerzas para reconstruir el país y echar a andar una nueva república, liberal, democrática, próspera y poderosa, si solo se enfrentaran a una dictadura endógena, fracasada, arruinada y acorralada, como esta farsa trágica del castrochavismo. No le pidan al pueblo venezolano, cuyas fuerzas armadas lo han traicionado vendiéndose al enemigo, que venza a las tropas cubanas invasoras. ¿Esperan por un nuevo Vietnam?
Es la hora de que la comunidad democrática internacional abra los ojos y venga en nuestro auxilio. Con todos sus medios. Venezuela es, para la región y el mismo Estados Unidos, inmensamente más valioso e importante que Siria. Esperamos que por lo menos lo entiendan.

domingo, 11 de junio de 2017

Un bingo llamado Dicom

Por Alejandro J. Sucre - El Universal - 11-06-2017
La razón por la que en Venezuela no hay progreso económico es por que en nuestra  población en general hay una cultura que nos hace pensar que la manera de hacer crecer nuestro patrimonio personal es  tomando ventaja de otros. La fórmula ganar-perder prevalece sobre la de ganar-ganar. El ganar-ganar no es parte común de la práctica en los negocios y menos en la toma de medidas económicas por parte de los funcionarios públicos. Esta mala cultura es la raíz de nuestro deterioro económico. Cuando un ciudadano piensa que los demás ciudadanos son más tontos, y en especial si éste ocupa un cargo público, todas las medidas que tomen van a estar signada de un irrespeto  hacia los demás. Esto desestimula e impide la productividad. 
Cuando los funcionarios públicos creen que los demás ciudadanos somos tontos, los dirigentes de las empresas del Estado no sienten la importancia de presentar estados financieros auditados en forma regular. Ni siquiera Pdvsa ha presentado el estado financiero auditado para el cierre del 2016. Mucho menos las centenares de empresas del Estado en cemento, turismo, siderúrgicas, agricultura, petroquímica, presentan información de actividades,  ni el BCV presenta cifras de inflación, ni de actividad económica, lo que impide a cada ciudadano invertir. 
Igualmente, cuando los funcionarios públicos creen que los demás ciudadanos somos tontos, además de que no informan, culpan de la escasez de productos y de la inflación a los empresarios privados. Este creer que son tontos los demás venezolanos entonces los lleva a políticas económicas súper-erradas como las expropiaciones, el control de cambio, el control de precios. Por el otro lado, el funcionario público que piensa que los demás son tontos también se aprovecha de las contrataciones del Estado para repartirlas sin licitación y entre sus amigos. En una economía donde se trata a los demás como tontos lo que prevalece es el desestímulo. Como en muchos países africanos.
Esta manera de operar pensando que los demás son tontos es lo que ha generado una inmensa escasez e inflación y el colapso de la economía en 1/3 de su producción en 4 años. Ahora el funcionario público se da cuenta que los controles de cambio no dan para más y sacan otra medida económica que llaman Dicom para flexibilizar el mismo control de cambio que impusieron y que asfixió al país. El Dicom sigue siendo un férreo control de cambio que asfixia al país, pero lo visten de libre mercado al llamarlo subastas de divisas.  No obstante, más que un sistema de subastas cambiarias, el Dicom es bingo. Es un bingo y no una subasta debido a que el precio no está fijado por el más alto entre la oferta y demanda. Tampoco aparece información de quien oferta ni cuánto ofrece por dólar. El precio del dólar en el Dicom lo fija un funcionario público a su criterio. Y el precio es por debajo de lo que la demanda está dispuesta a pagar por el dólar. Por lo que la gran mayoría de los oferentes no obtienen ni un dólar u obtienen mucho menos de los que necesitan. 
Tampoco los demandantes de dólares saben a donde ir a comprar los dólares que necesitan y que no obtuvieron en el Dicom. 
Habiendo un mercado cambiario paralelo que triplica el precio del dólar Dicom, a quien se le asigne un dólar Dicom tendrá una ganancia inmediata de 300%. Y debido a que el Dicom se hace una o dos veces por semana, y se asignan de manera poco predecible, a quien le asignen esos dólares saldrá corriendo a venderlos al precio del dólar paralelo y no para aumentar la producción. Una fábrica no puede operar sin saber cuándo podrá comprar materia prima. Ya Pirelli, Colgate, GM y otras empresas abandonaron sus inversiones en el país por no querer depender de un bingo cambiario para obtener divisas y materias primas.