jueves, 11 de diciembre de 2014

El dólar en los países socialistas

Por Tomás Straka - El Nacional Web - 11 de diciembre de 2014
Una amiga acaba de publicar en Facebook sus penurias para conseguir un pasaje que le permita viajar al exterior. Aparentemente, en ninguno de los sitios a los que ha ido (y la conozco bien: deben haber sido todos, porque si algo la caracteriza es su perseverancia) pudieron venderle uno… es decir, uno en bolívares. Si contara con los dólares suficientes para comprarlo con una tarjeta de un banco extranjero o alguna forma de hacer una transferencia, la situación sería muy distinta. Pero ganando, como ganamos casi todos en Venezuela, en la moneda local, su situación se aproxima bastante al aislamiento. No hace falta decir que su caso no es excepcional porque, al menos en ese segmento de la sociedad venezolana que viaja (o que al menos aspira a hacerlo), todos hemos oído o vivido situaciones similares. Se trata de un fenómeno más amplio, que ni remotamente ocurre por primera vez en la historia. De hecho, es uno que estructuralmente ha aparecido en prácticamente todas las sociedades en las que se han ensayado economías fuertemente estatizadas al estilo soviético, incluso en sus versiones light, como la nuestra: eso que a falta de otro nombre podríamos llamar la “dolarización socialista” o la “paradoja del dólar socialista”.
En efecto, con los pasajes, como con tantas otras cosas (los repuestos, un carro nuevo, el gusto de escoger la afeitadora de tu preferencia, la medicina que necesita tu mamá, la muñeca que tu hija vio en la televisión y pidió para Navidad) el dólar ha marcado una división tajante en nuestra sociedad. Como vemos no se trata de algo restringido a la clase media y profesional, cosa que siempre le ha dado un amplio margen de acción al gobierno cuando de divisas para viajeros y líneas aéreas se trata (¿cuántos realmente se sienten afectados por eso?). Es algo que en realidad toca a todos, más allá de que no sea hasta ahora que lo empiezan a sentir aquellos que normalmente no tienen relación inmediata con la divisa y que con toda seguridad sentirán cada vez más, sobre todo si el precio del dólar sigue avanzando como lo está haciendo, con la velocidad del marcador de un surtidor de combustible. Precisamente cuando con más vehemencia nos hemos declarado independientes del imperio y libres de la explotación capitalista, los venezolanos estamos más pendientes que nunca del símbolo por excelencia de ese capitalismo y de ese imperialismo: los billetes verdes que desde los acuerdos de Bretton Woods (1944)  dirigen al mundo.
Así fue en casi todos los países del bloque soviético. Tanto que incluso llegaron a legalizar esta dependencia (y la subsecuente división de la sociedad) fundamentada en una moneda dura del capitalismo. El caso de la República Democrática Alemana con las Intershops, tiendas en las que se vendía mercancía occidental en marcos también occidentales, es un ejemplo notable. Primero, porque estaban destinadas solo a visitantes del exterior (básicamente personas de la República Federal que iban a visitar familiares) con el objetivo de obtener la mayor cantidad de divisas convertibles posibles. Los germanorientales no podían comprar en ellas ni, de hecho, poseer marcos occidentales (los únicos aceptados en aquellos lugares). De esa manera, el “gobierno del pueblo” legalizaba un sistema tan odioso como el de los carteles de los “No tresspasing” de nuestros campos petroleros, que les impedían a los venezolanos, en Venezuela, acceder a la vida de los gringos, en especial sus bien surtidos comisariatos… La demolición de esos carteles fue uno de nuestros grandes triunfos, y en ella se empeñaron, con grados distintos, todos los gobiernos de López Contreras en adelante. La Intershop era, por el contrario, la consagración de estas formas de segregación. Y además una que pronto se haría más profunda: como, de todos modos, por mil maneras distintas llegaban remesas a Alemania Oriental por parte de familiares desde Occidente, se creó un potencial mercado interno para las tiendas que el gobierno, siempre en aprietos, terminó por admitir. Así, aunque la posesión de monedas occidentales seguía siendo ilegal, quien se las arreglara para tenerlas podía comprar unos anhelados jeans, perfumes o chocolates vedados para el resto de la población.  
Si esta situación llegó a ser odiosa en la Alemania Oriental, cuya economía estaba en condiciones de satisfacer las necesidades básicas de convertir a casi toda su población es la clase media mejor alimentada y educada de Europa oriental, hay que pensar cómo podría serlo en países con economías menos exitosas como la norcoreana, la búlgara o la cubana. Bulgaria, por ejemplo, fue uno de los grandes centros de mercado negro y mercancía pirata Europa oriental, con la mirada más o menos complaciente del Estado; mientras Corea del Norte no solo ha reproducido, aunque en menor escala, el modelo de las Intershops, sino que permite un mercado negro en el que se provee todo aquel que tiene acceso a dólares y euros. El caso cubano, durante el Período Especial que arrancó en 1991, es probablemente el más famoso: dejando atrás la retórica del Che Guevara en sus días de presidente del Banco Central y su Resolución 140, de 1961, en la que se penaliza la posesión de dólares (o lo que es lo mismo, se eliminaba al viejo peso cubano que tenía paridad de uno a uno con la moneda estadounidense), se pasó con armas y bagajes a la dolarización. No es que antes no hicieran falta los dólares para conseguir cosas en el mercado negro, es que a partir de entonces se permitió su libre circulación junto al peso haciendo legal lo que antes estaba oculto: que había dos clases de ciudadanos, los que recibían dólares de sus familiares en Florida (como los alemanes que los recibían de Occidente y los norcoreanos que los reciben de Corea del Sur) y por eso tenían acceso a un mundo de bienes y oportunidades, y los que solo podían contar con los pesos de sus sueldos. El desarrollo de la industria turística amplió aún más la brecha entre los unos, ahora también guías, taxistas y pequeños comerciantes que cobran en dólares, y los otros.
En todos los casos la situación terminó siendo insostenible. En unos, como en Alemania Oriental, simplemente se desplomó el sistema. En otros, la brecha entre el precio de la moneda en el mercado negro y el oficial llegó a ser tan grande, que no quedó otra alternativa que la convergencia de los tipos de cambio, con todo lo que eso implica cuando hay distorsiones tan grandes (quienes no tienen acceso a los dólares, terminan empobreciéndose aún más, al menos al principio). Para 2001, por ejemplo, la tasa oficial del won norcoreano era de 143,07 por dólar, mientras en el mercado paralelo era de uno 570, lo cual a su vez se traducía en un problema de hiperinflación que golpeó enormemente a sus ciudadanos. No solo la comida o la ropa subieron de forma vertiginosa: conseguir un pasaporte falsificado o simplemente la complicidad para escapar del país ha llegado costar, según diversas fuentes, unos 10.000 dólares. Al gobierno norcoreano no le quedó otra alternativa que flexibilizar el mercado hacia una forma de dualidad cambiaria. Después de la reconversión de 2009, la mayor parte de las tiendas aceptan euros, yenes y dólares. Otro tanto pasa con Cuba. Probablemente sorprenda a la mayor parte de los venezolanos el que la isla también esté bajo un régimen de dualidad monetaria desde 1993 (emblemáticamente, gracias a otro Decreto 140). Primero se permitió la circulación del dólar y el peso, para después agregarle, en 1994, otra moneda: el Peso Cubano Convertible (CUC). Así, aunque aún hay grandes diferencias entre los que acceden solo a los pesos viejos con los que ganan en dólares o CUC, la realidad es que el cubano promedio que el día de hoy quiere salir de la isla solo tiene que ir a una agencia de viajes, comprar su boleto y cambiar sus CUC en un banco o agencia de viajes. Dentro de la paradoja del dólar socialista, Venezuela está más cerca de la Cuba o la Corea del Norte de los años setenta, que de las actuales.
Por supuesto, en esto hay especificidades que tomar en cuenta. Una economía como la venezolana, que desde la década de 1920 vive de la renta en dólares que produce el petróleo, nos sujeta a los vaivenes de esta divisa desde mucho antes de la revolución bolivariana. Los episodios del Acuerdo Tinoco (1934), la Centralización de Cambios (1938) y los controles de cambio de 1941, 1960-1964, 1983-1989 y 1994-1996, así lo demuestran.    No obstante, tanto por su duración como por su severidad, así como por el contexto de las políticas económicas en que se desarrolla, el actual sistema cambiario se distingue de los anteriores. Lo que está pasando con los pasajes (y con los carros, los repuestos, las  medicinas, las afeitadoras y casi todo lo demás que, el que puede, busca afuera) nunca había ocurrido con la misma intensidad. El control de cambios, digamos, clásico, siempre fue visto como una medida transitoria, de emergencia, y no como una pieza del control estatal sobre la economía con el objetivo de transitar hacia el socialismo.   Por lo mismo, tampoco era parte de una política de estatización que genere grandes incentivos para el mercado negro, como la escasez y el surgimiento de una clase de funcionarios lo suficientemente poderosos para manejarlo.
Probablemente la amiga consiga finalmente un pasaje. Si lo hace y su destino es un país capitalista, acaso uno sometido al imperialismo, podrá apreciar la paradoja de la dolarización socialista en toda su amplitud: mientras el canadiense o el finlandés promedio solo se preocupa por la fluctuación del dólar cuando pasa algo muy grueso (una gran devaluación) o cuando va a viajar, los cubanos, venezolanos y norcoreanos, liberados del capitalismo y del imperialismo, tenemos nuestra suerte atada a la moneda del enemigo hasta en nuestras necesidades más básicas e inmediatas. Mientras en la mayor parte los países que admiten la “explotación del hombre por el hombre”, la moneda extranjera no marca exclusiones tajantes, en los que estamos tomando el cielo por asalto, crea dos tipos de ciudadano (o una especie de subciudadano condenado a la moneda local). Mientras, por el sistema iniciado hace setenta años en Bretton Woods, el dólar les importa a todos, para nosotros, además, es un asunto de vida o muerte.


sábado, 29 de noviembre de 2014

El complot contra la ciencia en Venezuela

Por Edgar Cherubini - El Nacional - 29/11/2014
La eliminación del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, IVIC, es la noticia del momento. Sorprende que el gobierno haya tardado tanto tiempo en tomar la decisión, pues el complot contra la ciencia en Venezuela comenzó a gestarse en las reuniones del Foro de Sao Paulo desde 1990 y se recrudece a partir del año 2000, cuando desde Cuba le ordenaron al régimen chavista utilizar el mismo procedimiento contra científicos e intelectuales implementado por la antigua URSS en los países ocupados por Esta. El método ya estaba traducido al español en la isla y solo necesitaba ser adaptado a Venezuela. El objetivo era y es el de borrar todo trazo de legitimidad intelectual de los subyugados.
Como el desprestigio público y el asesinato intelectual es parte del método, encargaron a un periodista norteamericano, Patrick Tierney, militante de izquierda, con buenos nexos académicos y acceso a importantes medios de comunicación, que creara una matriz de opinión adversa a la ciencia en Venezuela, con el fin de desprestigiar a conocidos científicos y académicos, entre ellos al doctor Marcel Roche y a instituciones como el IVIC.
Como es sabido, el doctor Roche (1920-2003) fue un destacado científico, creador del Instituto de Investigaciones Médicas, director del Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales, Ivnic, que dio origen al Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, IVIC. Fue director de esta institución durante 10 años como también fundador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas, Conicit, y editor de la revista Interciencia. El blanco perfecto.

La confabulación
Todo comenzó con un memorándum incendiario que los antropólogos marxistas Terence Turner y Leslie Sponsel dirigieron a la Asociación Americana de Antropología en los primeros días del mes de septiembre del año 2000, y que circuló libremente por la red provocando el estupor a quien lo leyera.  Como parte de la trama, Turner y Sponsel denunciaban que científicos norteamericanos y venezolanos habían realizado “experimentos fascistas” con indios yanomami, provocando la muerte a “cientos o miles de ellos”. En su comunicado expresaban en forma panfletaria: “Esta historia de pesadilla es realmente un turbio misterio antropológico que va incluso más allá de la imaginación de un Joseph Conrad, aunque no, quizás, la de un Josef Mengele”. El escándalo involucraba a conocidos científicos y antropólogos, así como a diversas instituciones científicas. El objetivo se cumplió satisfactoriamente, ya que, a partir de ese momento, los titulares de muchos diarios en todo el mundo comenzaron a hablar de “un genocidio de indígenas en Venezuela”, “científicos aniquilaron a indígenas en Amazonas para comprobar teoría racista”, “experimentos fascistas en el Amazonas”, “yanomami usados como control de la bomba atómica” o “yanomami fueron tratados como ratones de laboratorio”. La fuente que alimentaba todas esas informaciones era Patrick Tierney, autor de varios artículos sobre el tema que luego compilaría en el libro “Darkness in El Dorado: How Scientists and Journalists Devastated the Amazon”, publicado meses después.
Sin ningún tipo de evidencias y entrando en el terreno de las teorías conspirativas, Tierney describe minuciosamente las actividades de un grupo de científicos que condujeron una investigación en el Amazonas venezolano patrocinada por la Comisión de Energía Atómica del gobierno norteamericano, en la cual los indígenas fueron sometidos a experimentos similares a los realizados con los habitantes de Hiroshima y Nagasaki para estudiar la influencia de la radiación atómica sobre los genes de los sobrevivientes. Estos supuestos experimentos formarían parte integral del Proyecto Manhattan y habrían sido conducidos a finales de los años sesenta, para comprobar “tesis eugenésicas” sobre la “supervivencia del más fuerte”. Tierney acusa de genocidio a James Neel (1915-2000), una autoridad en genética, y a Marcel Roche, entre otros conocidos científicos. Igualmente, los asocia a una trama secreta de experimentos radiactivos con humanos, dirigidos por la Comisión de Contingencia de la Bomba Atómica (Atomic Bomb Casualty Commission, ABCC). Asimismo, los acusa de haber inoculado el virus del sarampión a los yanomami manipulándolos sin ningún tipo de ética, como si fueran ratones de laboratorio y provocando muertes masivas.


Respuesta al complot
Ante las graves y temerarias denuncias de Tierney, diversas instituciones científicas y académicas de reconocido prestigio, tales como la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos de América, la Asociación Americana de Antropología, la Sociedad Internacional de Genética, la Universidad de Michigan y la Universidad de California, para citar algunas de ellas, ordenaron a sus respectivas comisiones de ética realizar investigaciones para corroborar la veracidad de tan graves denuncias. Sus conclusiones fueron que dichas acusaciones y las supuestas pruebas carecían de veracidad. Bruce Alberts, presidente de la Academia Nacional de Ciencias, NAS, consideró que el contenido del libro de Tierney es “falso y se puede demostrar su falsedad”.  Idéntica fue la conclusión de la Comisión de Ética de la Sociedad Internacional de Epidemiología Genética (International Genetic Epidemiology Society). A la misma conclusión llegó el equipo médico de la Universidad de Río de Janeiro, luego de una investigación exhaustiva conducida por el reconocido antropólogo Bruce Albert: “El uso de la vacuna Edmonston B, que administraron Neel y Roche durante la epidemia de sarampión entre los yanomami, no puede ser considerada técnicamente incorrecta. Las muerte de yanomami observadas en 1968 en el río Orinoco fueron el resultado de la epidemia de sarampión proveniente de Brasil y no tiene relación alguna con la campaña de vacunación que Neel emprendió junto con Roche”, quienes trataron de evitar la propagación de la epidemia.

 

Posición del IVIC
Luego de haber publicado artículos y haber ofrecido declaraciones a diversos medios internacionales, el 11 de noviembre de 2000, el señor Tierney apareció en uno de los principales diarios venezolanos declarando que “los yanomami fueron usados como un grupo de control de la bomba atómica”, acusando entre otros al doctor Marcel Roche. Esta patraña fue rebatida y aclarada por el doctor Egidio Romano, en una ponencia presentada ante la Asociación Americana de Antropología, AAA. “El principal interés del doctor Roche eran las investigaciones sobre las hormonas tiroideas y el metabolismo del yodo (…) Marcel Roche junto a otro distinguido médico venezolano, Francisco de Venanzi, comenzaron por estudiar el consumo de yodo de la glándula tiroidea en 1954. Las principales líneas de investigación fueron la anemia por desnutrición, el bocio endémico, la diabetes y enfermedades parasitarias (…) El doctor Roche y sus colegas fueron quienes por primera vez utilizaron radioisótopos con fines médicos en Venezuela.  El doctor Roche decidió estudiar la deficiencia de yodo, la causa más común de bocio endémico en el país. En primer lugar, estudió la absorción de yodo radioactivo en la población normal, eutiroidea, de Caracas, y en 1954-1955 condujo un amplio estudio en los Andes venezolanos donde había muchos pueblos donde el bocio era la regla y no la excepción. Debido a lo remoto y aislado de la región amazónica, era lógico realizar estudios similares entre sus indígenas. En 1959, realizó un primer estudio entre las tribus maquiritare y guajaribo (sanema-yanomami) del Alto Ventuari. Este estudio se extendió hasta la región del río Mavaca. En el año 1968, como parte de la misma expedición de Neel, el doctor Roche extendió su estudio de absorción y excreción de yodo a los yanomami de la región de Ocamo (…) En todos estos estudios utilizó de 5 a 30 microcuríes para determinar la absorción de yodo y en algunos casos 100 microcuríes para estudios cinéticos”.
El doctor Egidio Romano continúa: “Fueron precisamente los estudios del doctor Roche los que ayudaron a establecer un programa nacional para la prevención del bocio mediante el suplemento de yodo en la sal de mesa. ¿Fue entonces criminal el uso de yodo radioactivo? ¿Es correcto decir que los yanomami fueron utilizados como conejillos de indias tal como declaró el señor Tierney para un periódico venezolano?”.
La respuesta de otro grupo de científicos venezolanos a las falsas acusaciones de Tierney apareció publicada en la prestigiosa revistaScience (febrero 2001), bajo el título “Venezuelan Response to Yanomamo Book” (Respuesta venezolana al libro sobre los yanomami). Está firmada por científicos de primera línea tales como Virgilio Bosch, Luis Carbonell, Eduardo Coll, Gabriel Chuchani, Miguel Laufer, Miguel Layrisse, Jorge Vera, Gloria Villegas y Raimundo Villegas.

Satanización de la ciencia
En 1990 el Foro de Sao Paulo, la nueva internacional comunista en el hemisferio occidental, promovida por Cuba, decidió asumir las luchas de los pueblos latinoamericanos bajo nuevas modalidades, entre otras, la de fomentar movimientos políticos por los derechos de los indígenas y la promoción del separatismo étnico, cobijándolos bajo la premisa ideológica de una identificación panindígena, opuesta a Occidente. Para eso, contactaron a diversos antropólogos dentro de las universidades latinoamericanas, norteamericanas y europeas para impulsar una nueva “antropología crítica”, “progresista”, “comprometida” o “militante”, en contraposición a la ciencia y a la antropología académica tradicional.
Desde entonces, muchas disciplinas académicas, padecen los embates de una “nueva inquisición”, esta vez contra la ciencia, emprendida por la llamada “izquierda posmodernista” o “deconstruccionista”. Esta nueva visión de la ciencia argumenta, entre otras cosas, que no hay tal “observación objetiva, que los hechos son elaboraciones políticas y que la ciencia es un instrumento de opresión”.
Paul Groos, de la Universidad de Virginia, abordó el problema sin ambages en el libro Higher Superstitions: The Academic Left and Its Quarrels with Science, 1994, John Hopkins University Press. Allí evalúa el impacto de los movimientos anticientíficos en las universidades norteamericanas. En un artículo titulado “Exorcizando la sociobiología” (“Exorcising Sociobiology”The New Criterion, 04/02/2001), Gross alude a los antropólogos culturales anticientíficos afirmando que sus puntos de vista, métodos y procedimientos tienen un parecido asombroso con la práctica medieval del exorcismo: expulsar el espíritu maligno, a Satanás, del grupo, utilizando medios mágicos, sobrenaturales y severos. En este caso, Satanás es el método científico o cualquiera que utilice el método científico para explicar lo que ocurre en el mundo externo. Gross concluye que el efecto neto de las acusaciones de Tierney es el de hacer daño a investigadores y obstaculizar la entrada de científicos para realizar estudios de campo en el Amazonas, citando específicamente la prohibición del gobierno de Venezuela sobre la realización de investigaciones en territorio yanomami.

Indígenas versus científicos
Patrick Tierney y sus asociados nacionales e internacionales, que de alguna manera estarían confabulados para privilegiar ciertos intereses en las selvas amazónicas, se anotaron un triunfo al provocar en los indígenas y en la opinión pública global un sentimiento de animadversión contra los científicos venezolanos. Sus temerarias acusaciones, cuya trama estaba basada en ficciones, en testigos inexistentes, en la falsificación de testimonios y datos, así como en las intrigas de una guerra sucia desatada en la academia por un movimiento anticientífico alentado por antropólogos y científicos marxistas, lograron su objetivo, que era el de expulsar a los científicos del estado Amazonas, región de gran importancia geoestratégica para el país, dejando el campo libre a quienes deseaban asumir el control de esos territorios: las corporaciones mineras transnacionales interesadas en la prospección de minerales estratégicos; la guerrilla colombiana, aliada del narcotráfico, que necesitaba ampliar su franquicia en la extracción de oro en los ríos dentro de la frontera venezolana, así como otros grupos y organizaciones de dudoso origen.

“Destruir es fácil, construir requiere años”
El cobarde ataque contra Roche con la intención de dañar su reputación y su obra, apuntó también a los valores construidos por toda una generación de científicos e intelectuales. Es innegable que en Venezuela está en marcha, desde entonces, una “nueva inquisición” contra las instituciones académicas y científicas promovida por el régimen chavista tutelado por el  castrocomunismo.
Flor Pujol, presidenta de la Asociación de Investigadores del IVIC, declaró recientemente a la prensa sobre los logros de esa institución: “30% de la ciencia hecha en Venezuela surge en el IVIC, 400 egresados en doctorado y maestrías han salido de la institución y 200 proyectos de investigación se llevan a cabo en este momento. 80% de sus trabajos son para mejorar la calidad de vida del venezolano”.
Sin embargo, el parte oficial habla de “la ciencia al servicio del pueblo, al servicio de la liberación, al servicio de la soberanía”, eslóganes políticos para justificar la ocupación y desmantelamiento de la institución, como pasó anteriormente con el Instituto de Tecnología Venezolana para el Petróleo, Intevep.
Cuando en otros países se invierte en conocimiento y se promueve la innovación tecnológica, en Venezuela se asfixia a las universidades, se hostiga a los científicos y se cierran los centros de investigación, provocando el éxodo de miles de profesionales hacia otros países.
Jacinto Convit, en una entrevista que le hiciera El Nacional (28/01/01) en relación con la historia científica del país y los hombres que, como Marcel Roche y otros eminentes científicos, han dado su vida por el avance de la ciencia en Venezuela, declaró en forma dramática: “Destruir es fácil, construir requiere años”. En su ignorancia y fanatismo, el régimen terminará suplantando la ciencia por la superstición.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Consideraciones sobre diccionarios de la era digital

Francisco Javier Pérez - El Nacional - 17/11/2014
Situación y precisión
Si entendemos por era digital el tiempo en que la información, la comunicación y el conocimiento se ven creados y auxiliados por una tecnología de almacenamiento prodigioso y de divulgación incalculable y si pensamos en que los diccionarios desde siempre se entendieron como auxiliares y creaciones privilegiadas del conocimiento, la comunicación y la información sobre la lengua y la cultura, muy pronto sabremos cuánto de importante resulta la reflexión que nos proponemos. Casi me atrevería a decir que los diccionarios y el género de obras al que pertenecen, o fueron pensados anticipadamente para la era digital o son al día las obras que mejor pueden reflejar las metas y los retos del tiempo presente.
Una particular situación, quizá asumida como una transición, nos lleva a destacar la adaptabilidad de la lexicografía (y la de los lexicógrafos) a los nuevos cambios en la concepción misma de la disciplina y de los métodos que ensaya gracias a la revolución digital, cuando la propia lexicografía del presente y la mayoría de sus cultores son hija e hijos de lo analógico por formación y vocación. Esto es, una suerte de presencia digital en embrión en la entraña profunda de la concepción analógica del mundo.
En cuenta de estas poderosas transformaciones en la comprensión de las cosas, y en cuenta de cuánto van a afectar el sentido y el trabajo de la lexicografía, quisiera aportar a la discusión, siempre germinal, tres consideraciones a tener presentes para lograr que la rotundidad de los cambios no desequilibren la naturaleza de los empeños por elaborar diccionarios que se entiendan nacidos en la era digital y por ello su mejor representación. Nos amparamos, en el principio etnolexicográfico por el cual auspiciamos la lectura del diccionario como lectura del mundo gracias a la descripción que en él se hace de la lengua que lo retrata en verdad y en afectividad. El diccionario como cosmovisión de la era digital, su fundador y su reflejo.

Que lo digital no haga olvidar el valor de la tradición (Primera consideración)
Como sabemos, la lexicografía es una de las más antiguas disciplinas de las que conforman el vasto conjunto de las ciencias del lenguaje. Tanto como la gramática, las tradiciones lingüísticas más remotas señalan como logros indiscutibles, la hechura de repertorios de variada y dispar naturaleza que recogían y describían el léxico general o parcial de una o varias lenguas.
El pasado en lexicografía cuenta y pesa. Las primeras obras estaban centradas en hacer una “lexicografía fundacional”; repertorios para construir las recopilaciones iniciales y las explicaciones primigenias de las voces más representativas de la lengua. Más tarde, el empeño se traduciría en una “lexicografía canónica”; repertorios generales para describir la globalidad ideolectal. Seguiría, la “lexicografía diferencial”; repertorios compuestos para mostrar el valor de lo distintivo dialectal. Finalmente, la “lexicografía total”; repertorios para asumir la riqueza de los conjuntos. Alimentándose de la tradición y alimentándola a su vez, cada una de estas formas y etapas del quehacer lexicográfico se fue haciendo gracias a la preservación de una tradición que ofrecía cartas de ciudadanía léxica, trasvases naturales de contenidos y modos formales de explicación, capaces todos de cumplir las funciones básicas para hacer que la cultura en lengua española quedara fija y desarrollándose como su mejor imagen. 
La lexicografía fue creciendo al continuar lo que antes se había hecho bien y al superar lo mal hecho o nunca logrado (en lexicografía hay siempre una distancia entre lo que se pretende y lo que se alcanza). En cualquiera de estas situaciones, siempre la presencia del pasado se hizo determinante. La llegada de la ciencia del lenguaje durante el siglo XIX significó para la lexicografía un cambio de concepción y ese cambio supuso el tránsito, paulatino y sereno, desde su definición tradicional como técnica artística de elaboración de diccionarios hasta su benéfica modificación como técnica científica. En otro sentido, nunca la artesanía lexicográfica ha significado un demérito, sino, al contrario, un recuerdo permanente sobre el nacimiento artístico del género.

Que lo digital no se convierta en un fin (Segunda consideración)
El proyecto digital manifiesta siempre una gran seducción. La novedad del recurso y sus muchos atractivos pudieran revertirse en su contra y hacer que el alcance de sus medios terminara siendo lo único que pudiera señalarse como logro. Pesaría más aquí la delicia del técnico digital que la del lexicógrafo, quedando los esfuerzos de este último supeditados a la pirotécnica del prodigio.

Que lo digital se revierta en beneficio descriptivo (Tercera consideración)
Como se sabe, el trabajo lexicográfico busca con cada nueva realización el perfeccionamiento de las anteriores, la depuración de los métodos y la afinación de los instrumentos descriptivos. Su cometido final no es otro que hacer cada vez mejores diccionarios. El aporte de lo digital, en este sentido, luce a primer vistazo como indiscutible mejoramiento y sin duda es así. Las posibilidades en el almacenamiento de la información léxica, el aumento de las acciones relacionales y la presentación interactiva de los renglones descriptivos, entre otros aspectos, determina un modo nuevo de hacer lexicografía (aunque sin menospreciar los modos viejos que parecen siempre anticipos de estos tan actuales). Todo lo que suponga refinar los procesos interpretativos y explicativos sobre el léxico será bienvenido; aquello que solo busque solazarse en el recurso tecnológico no tendrá sentido.

Ideas sueltas para terminar
Puesto que la lexicografía se enmarca en la técnica de la descripción y no tanto en la tecnología de la información, se deben propiciar cruces coherentes entre ambas situaciones disciplinarias. La más aguda, que se ensayen nuevos modos de encarar la investigación lexicográfica (recolección, interpretación y presentación de materiales léxicos con auxilio informático), dejando atrás la creencia de que solo se trata de un cambio de formato.
Como ocurrió en la historia literaria, la trayectoria de los diccionarios señala una evolución en tres períodos bien diferenciados: la lexicografía de autor, en el tiempo fundacional; la lexicografía del texto, en el tiempo manual; y, finalmente, la lexicografía del usuario, en el tiempo digital. En esta última, la interacción está resultando elemento constitutivo de gran alcance, pues hace en definitiva que el usuario se haga también actante en la confección y mejoramiento del diccionario en alguna de sus etapas y en muchos de sus procesos.
En torno a la interactividad como recurso de contribución para la elaboración, una mirada crítica a su funcionamiento en las redes sociales ilustraría algunas desviaciones entre el medio y sus resultados y abriría un espacio de reflexión sobre los reparos que pueden hacerse a la interacción como principio de elaboración de diccionarios (v.g los desajustes sobre la veracidad de la información  a partir de publicaciones que hacen los usuarios en la red Twitter).
Dicho en otros términos, no parece conveniente dejar que la interactividad se mueva con libertad incontrolada en las tareas lexicográficas, ya que la mayor o menor competencia del usuario podría producir atentados contra el rigor descriptivo del diccionario y desvirtuar la naturaleza de la materia lingüística. Libre para actuar, el usuario incompetente podría causar daños a la lengua o, en el menor de los casos, generar confusiones con las adiciones y enmiendas que pudiera aportar en la confección de un diccionario digital sustentado en la interactividad. Siempre, lo vemos ya, tendría que limitarse la posibilidad de hacer esos aportes y, mucho más, encauzar las formas de enviar los materiales y de hacerlos explícitos en la hechura final de la obra.
Si pensamos, al contrario, en el usuario competente, la interactividad puede resultar un elemento crucial en la recolección del corpus léxico, un asidero en la calificación de uso de los fenómenos y, hasta, una primera coautoría en la redacción de las piezas diccionariológicas. Aportes todos ellos que ofrecerían claras ventajas a la investigación lexicográfica, más allá del almacenamiento y la disponibilidad. 
Menos problemática lucen las aplicaciones (App) del diccionario en Internet o en telefonía móvil de última generación ya que permiten a cualquier usuario resolver dudas léxicas valiéndose de la puesta en línea de distintos textos. Quizá, una de las primeras implicaciones del diccionario en estas materias estuvo domiciliada en la data léxica de los procesadores de palabras que corregían y corrigen, no siempre con la asertividad deseada, los errores o desajustes en la producción textual en procesadores de palabras.
La necesidad de comprender el diccionario digital como un sistema de sistemas en donde los más mínimos elementos descriptivos tengan una respuesta en el cuerpo del propio diccionario (una poderosa complejización del aparato de relaciones y de sus inconmensurables posibilidades)  en proporciones nunca antes auspiciadas  y, más aún, en la materia de otros diccionarios, obras de referencia, tratados sobre la lengua, medios impresos o virtuales, apoyos web, pronunciaciones, entonaciones, imágenes, audios y videos permitirán hacer que un diccionario sea todos los diccionarios y que entre todos y cada uno se entremezcle un infinito universos y un universo infinito de señales y conocimientos descriptivos de límites pocas veces alcanzados.
Aquí, y muy brevemente, quisiera comentar la experiencia delDiccionario de historia de Venezuela, elaborado por un cuerpo de investigadores de la Fundación Polar. Aparecido en papel en 1988 y en 1993, la obra fue trasladada a formato digital y convertida en libro electrónico. Al lograrse la migración, la obra en papel se transformó en obra digital y sus contenidos fueron pensados desde esta última dimensión. El usuario del nuevo producto podía tener en la versión digital todo el texto original, pero éste había sido acuñado nuevamente para hacer posible que los apoyos multimedia entraran con gran alcance. Ésta experiencia pionera sentaría las bases para nuevas relaciones y mostraría con claridad la nobleza del recurso digital.
Sobre la convivencia entre las versiones físicas y electrónica de los diccionarios, asunto tan debatido y de tanta preocupación, debe decirse que el diccionario digital no sólo será visto como hijo del diccionario tradicional, sino del relato permanente que tienen que hacerse siempre a las obras tradicionales en el marco y como marco de la era digital. Para lograr un buen diccionario digital es absolutamente imprescindible contar antes con un buen diccionario en papel.
Ello nos conduce, en conclusión, a identificar los aciertos y los peligros que merodean en torno al diccionario interactivo y a otras especies digitales. Los méritos quedan a la vista en cuanto a las contribuciones de muchos usuarios por la vía relacional (señalamientos de uso, adiciones al corpus, precisión de acepciones, afinamientos estilísticos, estadísticas sobre la extensión y frecuencia de uso, etc.). Los peligros, quizá, esos que vienen dados por el abrupto contraste entre la libertad que gesta la era digital en todas sus formas y la cárcel descriptiva que irremisiblemente son siempre los diccionarios. Cómo congeniar ángeles y demonios será el reto de la lexicografía en las décadas por venir.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Repunte inflacionario y recesión

Por Pedro Palma - El Nacional - 6 de noviembre 2014
La presencia y agravamiento de una serie de desequilibrios económicos a lo largo de 2014 han agudizado el problema inflacionario en Venezuela, a pesar de los esfuerzos de controles impuestos por el gobierno y de las amenazas de retaliación hacia aquellos que los incumplan. Los menguados resultados de esas acciones restrictivas han llevado a las autoridades a esconder las cifras que reflejan el comportamiento de los precios, quizá creyendo ingenuamente que con esas acciones la población se olvidará del problema y dejará de prestarle atención al encarecimiento de los bienes y servicios. No se dan cuenta de que lo que se logra con ese tipo de conducta es crear escepticismo y aumentar las expectativas y la incertidumbre, llevando al convencimiento de que lo que se pretende esconder es algo muy grave, por lo que hay que buscar protección contra la agudización esperada del problema, lo que contribuye a exacerbarlo.
La situación se agrava con la reciente y acentuada caída de los precios petroleros, pues ello restringirá aún más las divisas para importar y recrudecerá el problema de desabastecimiento y escasez que padecemos, dada la imposibilidad de que el menguado aparato productivo interno pueda elevar la producción y sustituir los bienes importados por productos locales. Adicionalmente, la menor oferta de dólares agregará presión para que se revise el tipo de cambio preferencial que aún se mantiene en el absurdo esquema de 6,30 bolívares por dólar, a pesar de que esa cantidad de moneda local compra en Venezuela menos de un tercio de lo que se puede adquirir con un dólar afuera.
Con la finalidad de analizar el posible comportamiento de la economía en 2015 estudiamos varios escenarios. Uno de ellos supone que el precio promedio de la cesta petrolera venezolana será de 75 dólares por barril, mucho más bajo que el de 2014, haciendo que la menor disponibilidad de divisas lleve a que a comienzos del próximo año se elimine el tipo de cambio preferencial de 6,30 bolívares por dólar, pasando todas las transacciones que hoy se hacen a esa tasa a la de Sicad 1, y que esta última se vaya ajustando a lo largo del año, logrando un promedio anual de 16 bolívares por dólar. Adicionalmente, suponemos en ese escenario que se pasan progresivamente transacciones externas al tipo de cambio de Sicad 2, el cual se mantendría en torno a los 50 bolívares. Adicionalmente, se presupone que, dadas las importantes elecciones parlamentarias del próximo año, el gobierno le seguirá dando alta prioridad al gasto público, particularmente al dadivoso que genera dividendos políticos. De darse este escenario, el comportamiento de la economía sería muy adverso, lo que generaría una altísima inflación que pudiera superar el 100%. Ello se debería, en primer término, al encarecimiento de los productos foráneos debido a la devaluación del bolívar; en segundo término, a la sostenida expansión monetaria, exacerbada por la masiva creación de dinero inorgánico por el BCV para financiar gasto público deficitario; y, en tercer término, a la incapacidad cada vez mayor del aparato productivo y de distribución de ofrecer bienes y servicios en consonancia con la demanda, entre otras razones por los desproporcionados controles de precios y de otra índole que condenan a muchos a trabajar a pérdida, y por las dificultades para importar insumos o bienes terminados.
La altísima inflación y la devaluación de la moneda restringirían la capacidad de compra de los ingresos de la población y generarían efectos recesivos de importancia, pudiéndose producir una contracción del PIB muy intensa y aún más profunda que la de 2014. Todo ello, obviamente, deterioraría la situación laboral debido a las limitaciones en las posibilidades de crear fuentes de empleo y a la caída de la capacidad de compra de las remuneraciones, lo que generaría un adverso y cargado clima social, así como un aumento inevitable de la pobreza.

lunes, 27 de octubre de 2014

Gente como uno

Por Miguel Ángel Santos - El Nacional - 25 de octubre de 2014
Cada vez hay menos cosas que el dinero no pueda comprar. No es una idea mía, se lo oí a Michael Sandel en una charla a la que tuve la oportunidad de asistir hace algunos días. Sandel es, mídase como se mida, el profesor más aclamado de la Universidad de Harvard, una proeza significativa, que adquiere todavía mayor relieve cuando uno repara en el tipo de cosas que se dedica a enseñar: ética, filosofía, justicia. La conversación giró en torno a uno de sus últimos libros: ¿Qué no se puede comprar con dinero?
Es así como he llegado a saber que si uno cae preso en la cárcel de Santa Bárbara, California, y no le gustan las condiciones de alojamiento, puede pagar noventa dólares por noche por una celda más cómoda y, presumiblemente, con mejores vecinos. Si uno desea asistir a una de las sesiones del Congreso de Estados Unidos y no quiere hacer la enorme cola, puede meterse en Internet enwww.linestanding.com y contratar a alguien que se la cale por uno, y sustituirlo ya en la vecindad de la entrada. También he sabido que si un país que ha decidido participar en una guerra encuentra resistencia entre sus propios soldados, o teme las reacciones de la ciudadanía y el costo político de la decisión, puede rebuscarse el contingente pagándole a una suerte de mercenarios corporativos, que se hacen llamar de forma mucho más profesional, claro está, military contractors. De acuerdo con Sandel, las compañías privadas han aportado más soldados a las guerras en Irak y Afganistán que ningún otro país. Y no pare usted de contar.
Ya puedo anticipar lo que hasta aquí pensaría el atribulado lector venezolano. Después de todo, si hay algún lugar en el que a todo se le ha puesto precio, desde las colas, cédulas, licencias, pasaportes y certificados médicos, hasta los datos de las computadoras de inteligencia en el aeropuerto, el voto y, por último, la propia vida, esa es Venezuela Todo tiene un precio. A ratos las cosas simples tienen un precio extraordinariamente caro, y a ratos las cosas más caras tienen un precio extraordinariamente bajo. Pero el argumento no termina aquí.
Sandel introduce una distinción entre una economía de mercado y una sociedad de mercado. La primera es una herramienta para asignar de manera eficiente los recursos de los que dispone una sociedad, y como tal ha demostrado ser todopoderosa a escala mundial cuando se trata de generar la mayor afluencia y prosperidad posible. Una sociedad de mercado es diferente. Una sociedad de mercado, en los términos de Sandel, es aquella en donde todo tiene precio.
Y he aquí la idea más novedosa de su teoría, y también la que más gravita sobre la atormentada perspectiva venezolana. Toda la teoría económica está basada en el hecho de que los bienes tienen un valor en sí mismos, según el grado de satisfacción que generan entre los consumidores. El precio, dentro de este contexto, viene a ser apenas un instrumento para expresar ese valor, y hacer posible las relaciones de intercambio. Pero he aquí que existe un conjunto de bienes a los cuales, si se les pone precio, se altera de forma fundamental su naturaleza, y aún la satisfacción que son capaces de producir. El precio, visto así, no es siempre inerte, no es químicamente puro, sino que en ciertos casos llega a afectar las características intrínsecas de un bien. Veamos un ejemplo.
Hace algunos años Suiza se vio en la necesidad de disponer de desechos resultantes de una planta de energía nuclear. Se realizó un estudio de los lugares del país en donde el depósito de dichos desechos causaría menor daño, y se escogió una pequeña región en los Alpes. Antes de proceder, de acuerdo con las leyes, debía someterse dicha decisión a la consulta popular. En un estudio previo realizado por un equipo de economistas (no podía ser de otra manera), se les preguntó a los habitantes del municipio si estarían dispuestos a aceptar que se ubicara allí el depósito de desechos nucleares. Al ser consultados, 51% dijo que estaría de acuerdo. Después de todo, el país necesitaba de la energía nuclear, que es además una de las fuentes de energía más limpias, y el gobierno había tomado todas las precauciones. Alguien debía sacrificarse, en la medida en que el depósito representa riesgos todavía difíciles de cuantificar, por el bien de la nación. A esta pregunta le siguió otra: ¿Y si se les compensaba a cada uno con una suma equivalente a 7.000 dólares? ¿Cuántos estarían dispuestos a hacerlo? La respuesta fue algo menos de 25%. Es decir, los habitantes del pequeño condado estaban dispuestos a correr el riesgo por el bien de la nación, pero introducir un precio en medio de aquella decisión sólo había disminuido su disposición a participar. No estaban dispuestos a poner en peligro las vidas de sus hijos por dinero, y en alguna medida se sentían comprados.
Uno puede pensar en muchos bienes de este tipo, en muchas cosas que estaríamos dispuestos a hacer por el bien común, o por el valor de las cosas en sí mismas, que van mucho más allá de la compensación monetaria. En el libro de Sandel se incluyen interesantes ejemplos sobre padres que les pagan a sus hijos por leer libros u obtener buenas notas. Son actividades de las que se debería derivar una satisfacción intrínseca, que la mera recompensa puede disminuir, en lugar de aumentar. ¿Y cuando no haya dinero de por medio?
Las implicaciones de esta concepción van mucho más allá de las pequeñas micro-decisiones de consumo diario. El problema está en que hay muchos bienes, salud, recreación, educación, la aplicación de la ley o la seguridad nacional, a los cuales si se les pone un precio se les despoja por completo de cualquier virtud; se erosiona la ética y se destruyen sus principios cuando se les convierte en meras transacciones de mercado. Muchos estos bienes tienen precio desde hace rato en Venezuela, y algunos otros, como el voto o la vida, lo han adquirido recientemente.
Una sociedad así está destinada a destruir por completo el sentido de comunidad, de convivencia, y en consecuencia, de tolerancia social. En una sociedad en donde yo puedo pagar por la zona VIP, para no tener que juntarme con los comunes, en donde puedo comprar una acción de un club, porque no hay parques públicos o no me quiero mezclar con gente que no sea como yo; una sociedad en la que la ley, la vida, los pasaportes, las cédulas, la salud y la asistencia escolar tienen precio, tiende a convertirse necesariamente en una sociedad dividida en compartimientos aislados, que la desigualdad económica va haciendo cada vez más distantes. Y resulta que esto, ya podíamos dar fe nosotros, es una receta certera para dinamitar la democracia.
La democracia no requiere de igualdad perfecta, la desigualdad es un aspecto natural de la existencia humana y es necesaria para promover un sistema de méritos en donde cada quien decida cuánto quiere trabajar y de qué manera quiere vivir. Pero lo que sí requiere la democracia es de espacios comunes, de lugares públicos y ocasiones simbólicas o congregaciones cívicas en donde podamos codearnos hombro a hombro con gente distinta, de otro origen económico o nivel cultural. Se nos olvida muy rápido que esa circunstancia rara vez resulta de su libre albedrío, sino que ocurre más bien como consecuencia forzada de la enorme desigualdad en las dotaciones iniciales de factores, en eso de con cuánto comienza cada quien en la vida.
Me pongo a pensar y se me ocurren muy pocos lugares así en Venezuela (el fútbol en el Universitario, no así el basket en el Parque de las Naciones Unidas); muy pocas instancias (el deslave de La Guaira, la Vinotinto) en donde nos sintamos todos representados de igual a igual, tripulantes de un mismo barco. Necesitamos aprender a convivir con el prójimo, sobre todo con ese prójimo que a raíz de la revolución bolivariana ha irrumpido en espacios que considerábamos “nuestros” (son comunes las quejas por el tipo de gente que ahora se monta en los aviones, o por los perfiles en el centro comercial). Si hay algo en lo que Chávez tuvo siempre razón era en eso de que Venezuela cambió para siempre. Ahora nos corresponde aceptar nuestra circunstancia, y preocuparnos por aprender a convivir con ese prójimo en ciertos espacios comunes, si de verdad queremos resucitar de forma vigorosa nuestra democracia.
Me han hecho pensar mucho estas palabras de Sandel. Me han hecho pensar en mí, oyéndolo a miles de kilómetros de casa, sentado entre desconocidos, y caminando a la salida por unas aceras que ya no pueden ser las mías. Me ha hecho pensar en el poeta Ramos Sucre, en aquello de que todos somos exiliados de un país imaginario, y en quienes aún sueñan con en ese país que acaso jamás existió o del que ahora no queda vestigio, salvo en nuestra imaginación.

domingo, 12 de octubre de 2014

Transición Económica

ALEJANDRO J. SUCRE |  EL UNIVERSAL
domingo 12 de octubre de 2014  
Venezuela sin lugar a dudas comenzará una transición económica en los próximos meses. Los subsidios económicos actuales se hacen insostenibles. Mantener subsidios, controles de precio y la ineficiencia en las empresas del Estado genera una demanda exacerbada de dólares y de bienes que reducen las reservas internacionales y aumenta la escasez a niveles insostenibles. No obstante, la eliminación de subsidios como el aumento en el precio de la gasolina y de otros rubros básicos, eliminación del dólar a Bs. 6,30 para ir a una unificación cambiaria, entre otras medidas que proponen gente dentro y fuera del gobierno, generarían una caída en el PIB del 30% y causarían daños a la población de menores recursos políticamente inviables. 

Transiciones comparadas

Todas las economías subsidiadas de la historia económica del mundo siguen los mismos rasgos. Comienzan haciendo énfasis en estrategias de desarrollo de industrias básicas, subsidian el cambio y controlan variables macro como bajas tasas de interés, precios de bienes básicos controlados, tipo de cambio sobrevaluado, sistema de distribución de recursos para seguir planes gubernamentales y tendencia a la colectivización. Y las economías socialistas tomaron gran prestigio en los años cuarenta en China y los países del eje soviético debido a que en principio aumentaron la producción y esto coincidió con la Gran Depresión que vivió Estados Unidos y Occidente. No obstante, en los siguientes años los resultados se voltearon y los países como China y los exsoviéticos tuvieron que introducir reformas ya que habían millones de muertos por hambrunas e inflación. Y los economistas han documentado las políticas adoptadas en los países mencionados y sus situaciones originales para entender cómo hacer las transiciones de la forma más constructiva socialmente. 

Lo interesante es que las reformas que introdujeron los países exsoviéticos fueron mucho menos exitosas que las chinas. En los países exsoviéticos aplicaron la llamada "terapia shock" de arriba hacia abajo. Esto es eliminación de subsidios, unificación cambiaria, privatizaciones, y todo de una sola vez. Y en China se introdujeron cambios de abajo hacia arriba y "terapia de microcambios". Primero se permitió que la comunas se dividieran en fincas familiares. Se les permitió tener dos producciones: con insumos subsidiados se les asignaban cuotas y precios, y el resto de la producción lo harían con insumos comprados a valor de mercado y vendiendo su producción excedentaria al mismo valor. Luego, aplicaron las mismas medidas a las empresas del Estado. Y cambiaron los incentivos de los empleados y gerentes de empresas del Estado para que se remuneraran según su productividad y el Estado comenzó a cobrarles impuestos a las ganancias por producción excedentaria. Permitieron libertad para crear empresas y crearon dos tipos de cambio, uno libre para que todos participen y otro controlado para mantener subsidios a una parte de la población. De esta manera aunque se creaban distorsiones, también se iban creando polos de crecimiento y empleo para ir eliminando subsidios. Y así han tomado más de treinta años donde todavía hay subsidios en las tasas de interés, etc.

¿Qué hacer?

En Venezuela podríamos hacer una transición similar a la de China y no a la terapia shock tipo fondomonetarista de los noventa. Esto es, implantar dos tipos de cambio, uno libre y otro controlado. Luego permitir a los empleados en las empresas del Estado generar producción excedentaria a precios de mercado y con materia prima sin subsidios, y producción controlada según insumos subsidiados que el gobierno les entregue para fines sociales. Y cobrar alquiler de planta e impuestos a esas empresas del Estado. Luego permitir que cualquier empresa privada invierta en todos los sectores que tienen capacidad de generar divisas. Estas medidas irían generando nuevos empleos, aumentado los sueldos, reduciendo la necesidad de imprimir dinero inorgánico y, por lo tanto, bajaría la inflación y los subsidios que hoy paralizan al gobierno. 

viernes, 19 de septiembre de 2014

Barclays valora a Citgo entre $ 7 millardos y $ 9 millardos

Ante el creciente interés sobre la puesta en venta de importantes activos externos de Pdvsa, la firma Barclays realizó un avalúo de Citgo Petroleum Corporation. Del análisis concluyen que el grupo de refinerías y bienes conexos de la empresa, en Estados Unidos, tienen un valor que oscila entre 7 millardos y 9 millardos de dólares.
Hace pocos días se filtró la información de que Pdvsa había recibido ofertas por entre 10 millardos y 15 millardos de dólares para comprar las refinerías. El entonces ministro de Petróleo y Minería y presidente de Pdvsa, Rafael Ramírez, también aseveró que Citgo podría venderse en “mucho más” de 10 millardos de dólares. Sin embargo, Barclays considera en su informe que los inversionistas deben tomar en cuenta la eficiencia de los activos al momento de hacer una valoración.
“Las inversiones en bienes de capital de Citgo durante el período 2011-2013 promediaron 140 millones de dólares anuales, lo cual parece ser extremadamente bajo. Calculamos que la compañía ha estado gastando 250 millones de dólares anuales menos de lo requerido en inversiones para mejoras”, dice el texto.
También sugiere tomar en cuenta las posibles complicaciones legales, considerando cualquier litigio en el que Pdvsa esté involucrada y cómo esto puede incidir en el proceso de venta.
Venezuela espera una pronta decisión sobre los reclamos introducidos en el Ciadi, Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones, del Banco Mundial, por las empresas Exxon Mobil y Conoco Phillips. Expertos en el área han coincidido en que la venta de Citgo puede estar motivada, entre otros factores, por la posibilidad de embargo que existe sobre esos activos como resultado del litigio.
Citgo posee 3 refinerías en Texas, Luisiana e Illinois, con una capacidad de refinar 749.000 barriles diarios, así como terminales, centros de almacenamiento y estaciones de servicio.

lunes, 15 de septiembre de 2014

El nuevo modelo

Por Alejandro J. Sucre - Publicado por El Universal - Caracas - 14-9-2014

Una economía potente en una nación se va construyendo por sus ciudadanos que canalizan sus energías hacia la producción y creación de bienes que surgen por "inspiración". La variedad de productos en cada sector de la economía, la ampliación hacia nuevos sectores, todo lo positivo que ocurre en una economía parte de individuos que se inspiran en distintas ideas de negocios o de creación de bienes, o nuevos procesos productivos. Los innovadores agrupan inversionistas alrededor de sus iniciativas, y organizan equipos de trabajo para poder emprender y ejecutar sus inspiraciones. Sumar y sumar más iniciativas de todos los ciudadanos con inspiraciones es lo que hace a una nación poderosa. Los gobiernos deben velar por que estas iniciativas no se vean frenadas por grupos monopólicos privados ni estatales. 

Algunas características de la "inspiración" es que es democrática; esto es, se reparte entre los ciudadanos en forma aleatoria, impredecible. Y aunque no igualitaria, la "inspiración" de un ciudadano genera empleo en todos los sectores de la sociedad. Y como consecuencia, en las naciones innovadoras hay una movilidad infinita, lo que impide el estancamiento social. 

Socialismo y emprendimiento 

El expresidente Chávez levantó tanto apoyo del pueblo, en mi opinión, no por la bandera del Socialismo sino por haber roto las amarras que frenaban la movilidad y el emprendimiento desde las bases de la sociedad. En la Venezuela de la IV República, aunque tenía muchas libertades e iniciativas relevantes, subsistían grupos de poder monopólicos privados y una carencia de atención del Estado que frenaban las iniciativas de las mayorías, creando desigualdades crónicas y no coyunturales. No obstante, la fórmula Giordani de Socialismo del Siglo XXI, trasladó estos monopolios privados hacia monopolios estatales (por las mal llamadas industrias estratégicas) y así el burocratismo se ha impuesto. La movilidad social del pueblo (vía Misiones) ha sido más por la vía del consumo que por la vía de la productividad. El igualitarismo del Socialismo del Siglo XXI debe cambiar de modelo para movilizar al pueblo a emprender, no a "depender". El modelo económico en proceso de formación del gobierno debe ayudar a los ciudadanos de menores recursos a entender que ellos también tienen capacidad de crear y de inspirarse y de ser grandes empresarios. Al estilo chino. 

Cómo se va a desarrollar

Con la inyección de dinero inorgánico, sin un gasto fiscal productivo, y un sistema de control de precios y de cambio, sin educación productiva, es imposible incorporar al pueblo al emprendimiento. ¿Cómo se va a desarrollar el turismo poniendo restricciones a la compra de alimentos que frena la actividad de los chefs? ¿Cómo se va a estimular el desarrollo de lanzamiento de nuevos productos en todas las industrias si las llamadas industrias estratégicas están asfixiadas por el burocratismo y vedadas a la iniciativa individual? ¿Cómo desarrollar tecnología si el tiempo de los estudiosos se pasa solicitando permisos de importación a un burócrata? ¿Quién va a invertir dólares para desarrollar nuestras ventajas comparativas en Venezuela si no los puede recuperar? El Plan de la Patria tiene una innumerable cantidad de iniciativas que se pueden realizar en el país; ¿por qué no delegar estas en los ciudadanos y financiarlas a través del mercado de valores?

Debido a los controles y a la inyección clientelar de liquidez monetaria, la renta petrolera no se ha podido canalizar para crear la infraestructura física y educativa que necesita la sociedad venezolana para que desde todos sus sectores surjan ciudadanos motivados a emprender e igualarlos en las oportunidades. 

sábado, 13 de septiembre de 2014

¿Hará default Venezuela? Ricardo Hausmann y Miguel Ángel Santos

CAMBRIDGE – ¿Hará default Venezuela? Los mercados temen que sí. Por esa razón, los bonos de la deuda externa venezolana rinden 11 puntos porcentuales más que los del Tesoro estadounidense, 12 veces más que los de México, 4 veces más que Nigeria y el doble de lo que paga Bolivia. En mayo pasado, Venezuela hizo una emisión “privada” por US$ 5.000 millones en bonos a 10 años con cupones del 6%. Para poder colocarla, tuvo que dar un descuento del 40% por lo que apenas recibió US$ 3.000 millones. La diferencia, US$2.000 millones, es la compensación que demandan los inversionistas por tomar el riesgo del país.

Se aproximan los primeros días de Octubre, en donde el Gobierno de Venezuela debe afrontar US$5.200 millones en pagos de servicio de deuda. ¿Pagará? ¿Tiene suficientes fondos líquidos? ¿Reunirá los fondos mediante una venta apresurada de CITGO, filial de PDVSA, la empresa petrolera estatal de Venezuela?

Es una buena pregunta. Otra pregunta diferente es si Venezuela debería pagar. Es cierto, qué deberían hacer los gobiernos no está totalmente divorciado de qué es lo que efectivamente harán, pues en general la gente hace lo que debe. Pero las preguntas que involucran “debe hacer” traen consigo juicios morales que no están presentes en las preguntas que involucran “hará”, y por eso suelen ser mucho más complejas.

Uno podría decir que siempre que se pueda cumplir con las obligaciones asumidas, eso es lo que se debería hacer. Es lo que la mayoría de los padres enseñan a sus hijos.

Pero el cálculo moral se complica cuando es imposible cumplir con todos los compromisos y se hace necesario decidir cuáles cumplir y cuáles no. Hasta ahora, bajo el ex Presidente Hugo Chávez y su sucesor, Nicolás Maduro, Venezuela ha optado por pagar religiosamente sus bonos de deuda externa, gran parte de los cuales están en manos de venezolanos ricos y bien relacionados.

Yordano, el popular cantante venezolano, probablemente tendría un orden de prioridades diferente. Diagnosticado con cáncer hace algunos meses, debió lanzar una campaña en las redes sociales para poder conseguir las medicinas necesarias para su tratamiento. La gran escasez de medicamentos y material quirúrgico en Venezuela es una consecuencia directa de un default de US$3.500 millones del gobierno con importadores de farmacéuticos.

Algo similar ocurre en el resto de la economía. Los retrasos con importadoras de alimentos alcanzan ya US$4.200 millones, lo que ha producido una grave escasez en productos de la canasta básica. En el sector automotriz, el incumplimiento supera los US$3.000 millones, lo que ha resultado en el colapso del transporte por falta de repuestos. A las aerolíneas se les deben otros US$3.700 millones, lo que ha llevado a varias a suspender sus vuelos y redujo la oferta de cupos en 50%.

En Venezuela, los importadores deben esperar seis meses luego de que sus productos pasan por la aduana para poder adquirir dólares previamente autorizados. Dado que el gobierno ha optado por incumplir estas obligaciones, muchos importadores han venido acumulando una abundante cantidad de moneda local. Durante un tiempo, la falta de acceso a divisas fue compensada con préstamos de proveedores extranjeros y casas matrices, pero las deudas acumuladas y las pérdidas debido a las sucesivas devaluaciones han acabado con su paciencia y cerrado el crédito.

La lista de defaults es interminable. Venezuela está también en mora con los proveedores, contratistas y socios en joint-ventures de PDVSA, con lo cual las exportaciones de petróleo han caído 45% en relación con 1997, y su producción apenas roza la mitad de lo que el plan de 2005 había previsto para 2012.

Más aún, el Banco Central de Venezuela también ha incumplido con su obligación de mantener estabilidad de precios, habiendo casi cuadruplicado el dinero en circulación en 24 meses, lo que ha hecho que el bolívar pierda el 90% de su valor en el mercado negro y que la tasa de inflación sea la más alta del mundo. Para colmo de males, el Banco Central también ha incumplido con su obligación de publicar la inflación y otras estadísticas esenciales.

Venezuela funciona con cuatro tipos de cambio, donde el más fuerte está 13 veces por encima del más débil. Así las cosas, no ha de sorprender que el arbitraje cambiario sea el negocio más rentable en el país, lo que ha impulsado la corrupción venezolana a las posiciones más altas del ránking mundial.

Todo este caos es consecuencia de un déficit fiscal colosal que ha sido cubierto a través de creación de dinero, represión financiera, endeudamiento y defaults – aún a pesar de la bonanza petrolera que se deriva de un precio del barril de US$ 100. El gobierno de Nicolás Maduro, en lugar de atacar las causas del problema, ha decidido complementar los controles cambiarios y de precios con el cierre de las fronteras y la colocación de lectores de huellas dactilares de los compradores, supuestamente para evitar el “acaparamiento”. Esto constituye una violación a las libertades más básicas de los venezolanos que no se observa en Bolivia, Ecuador y Nicaragua; tres países que presumen de una ideología similar pero mantienen un único tipo de cambio y una tasa de inflación de un dígito.

¿Debería Venezuela hacer default? Si las autoridades adoptaran políticas con sentido común y buscaran el apoyo del Fondo Monetario Internacional y otros prestamistas multilaterales, como lo suele hacer la mayoría de países en problemas, se le aconsejaría renegociar la deuda externa. De esa forma, el peso del ajuste se compartiría con otros acreedores, como ya ha ocurrido en Grecia, y la economía ganaría tiempo para recuperarse, particularmente en la medida que empiecen a madurar nuevas inversiones en las reservas petroleras más grandes del mundo. Los tenedores de bonos harían bien reemplazando sus papeles actuales por instrumentos de más largo plazo que se beneficiarían de la recuperación económica.

Nada de esto va a suceder bajo el mandato de Maduro, quien carece de la capacidad, capital político y voluntad para moverse en esa dirección. Pero el hecho de que su gobierno haya decidido incumplirle a los 30 millones de venezolanos para pagarle religiosamente a Wall Street no debe ser interpretado como una señal de rectitud moral. Es más bien una muestra de su decadencia moral.

martes, 9 de septiembre de 2014

Revoluciones fatídicas

Pedro Palma - El Nacional 8/9/2014

El politólogo Samuel Huntington, profesor de la Universidad de Harvard ya fallecido, escribió un famoso libro titulado Political order in changing societies (Harvard University, 1968), en el que identificaba una serie de fenómenos que caracterizaban a todas las revoluciones, basando su estudio en las investigaciones que había hecho de varias revoluciones, entre ellas la francesa, la rusa, la mexicana y la cubana. Sostenía Huntington que el objetivo central de toda revolución no es alcanzar el bienestar económico, sino cambiar rápidamente los valores de la sociedad en los que se han basado los sistemas políticos anteriores, los cuales, de acuerdo con los nuevos líderes, deben ser abolidos.
Normalmente, esos cambios de valores generan destrucción de la estructura económica tradicional, traduciéndose ello en caídas de la producción y de la inversión, desabastecimiento, ineficiencia, descalabros fiscales, desempleo e inflación, es decir, penuria económica. Sin embargo, los líderes revolucionarios sostienen que ese es el precio que hay que pagar por el triunfo del nuevo sistema político, que busca la igualdad, la equidad y la fraternidad de los ciudadanos, objetivos que son permanentemente vendidos a la gran masa poblacional que tradicionalmente se ha sentido excluida en el pasado, con la finalidad de captar adeptos incondicionales a la revolución, por más fatídica que ella sea.
Sostiene Huntington que, en consecuencia, el éxito económico no es prioritario para las revoluciones. Por el contrario, las privaciones y penurias pueden ser muy útiles para consolidar los procesos revolucionarios. Eso puede explicar lo que para muchos nos resulta incomprensible, cuando hemos escuchado a altos voceros gubernamentales decir que la revolución necesita a los pobres para su consolidación, razón por la que hay que mantenerlos en esa condición, pero dándoles esperanzas de que superarán su precaria condición, objetivo para el cual está luchando denodadamente la revolución. En otras palabras, hay que mantener la miseria, pues ella crea dependencia del Estado y abona el terreno para el clientelismo político, asegurándose el apoyo incondicional de una amplia masa poblacional a través de la manipulación informativa y de la explotación descarada de su ignorancia y buena fe. Eso, a su vez, facilita el logro de uno de los objetivos buscados, cual es la eliminación de la vieja oligarquía del anterior sistema político, para substituirla por otra, pero revolucionaria.
Dice Huntington que las revoluciones limitan la libertad, pero generan identidad de la masa con el nuevo sistema y una ilusión de igualdad, lo cual lleva a buena parte de la población, principalmente a la más desposeída, a aceptar la escasez y las cargas materiales propias de esos procesos políticos. Quizá esa sea la razón por la que el gobierno se niega obstinadamente a implementar los necesarios ajustes y reformas para afrontar los profundos desequilibrios y problemas que padece nuestra economía, prefiriendo no hacer nada para que nada cambie, o profundizar en sus erradas y fracasadas políticas del pasado, asegurando de esta forma la profundización de la crisis, sin importarle que esa irresponsable actitud a lo que llevará es a una mayor penuria y depauperación, particularmente de la población de menores ingresos.
Posiblemente eso responda a un consejo que le pudiera haber dado Fidel Castro a nuestro presidente durante su último viaje a La Habana, ya que después de 55 años de miseria a la que ha sido sometido el pueblo cubano, el viejo dictador debe estar plenamente convencido de que las crisis económicas no tumban gobiernos revolucionarios, recomendándole a nuestro bisoño e indeciso gobernante que en vez de implementar incómodas y dolorosas medidas de ajuste, deje todo igual, o incluso profundice en las abyectas políticas de controles y privaciones tradicionales, para que nada cambie, sin importar las dramáticas consecuencias que ello acarrearía.
Sin embargo, esto lleva al caos y a la destrucción de la institucionalidad, aniquilándose una de las condiciones de base para la perdurabilidad, consolidación y estabilidad de los sistemas políticos, razones por las cuales las revoluciones tienden a ser breves, pues la debilidad e inoperatividad institucional que ellas crean las condenan a desaparecer. Luego viene el largo, prolongado y difícil período de reconstrucción, necesario para corregir el caos dejado por la fatídica revolución, echándose las bases institucionales, políticas, económicas y sociales sobre las que se fundamentará el nuevo orden político, que permitirá avanzar en el deseado proceso de desarrollo sustentable.
Este artículo no apareció en la versión impresa del diario por la crítica escasez de papel que padece.