lunes, 17 de noviembre de 2014

Consideraciones sobre diccionarios de la era digital

Francisco Javier Pérez - El Nacional - 17/11/2014
Situación y precisión
Si entendemos por era digital el tiempo en que la información, la comunicación y el conocimiento se ven creados y auxiliados por una tecnología de almacenamiento prodigioso y de divulgación incalculable y si pensamos en que los diccionarios desde siempre se entendieron como auxiliares y creaciones privilegiadas del conocimiento, la comunicación y la información sobre la lengua y la cultura, muy pronto sabremos cuánto de importante resulta la reflexión que nos proponemos. Casi me atrevería a decir que los diccionarios y el género de obras al que pertenecen, o fueron pensados anticipadamente para la era digital o son al día las obras que mejor pueden reflejar las metas y los retos del tiempo presente.
Una particular situación, quizá asumida como una transición, nos lleva a destacar la adaptabilidad de la lexicografía (y la de los lexicógrafos) a los nuevos cambios en la concepción misma de la disciplina y de los métodos que ensaya gracias a la revolución digital, cuando la propia lexicografía del presente y la mayoría de sus cultores son hija e hijos de lo analógico por formación y vocación. Esto es, una suerte de presencia digital en embrión en la entraña profunda de la concepción analógica del mundo.
En cuenta de estas poderosas transformaciones en la comprensión de las cosas, y en cuenta de cuánto van a afectar el sentido y el trabajo de la lexicografía, quisiera aportar a la discusión, siempre germinal, tres consideraciones a tener presentes para lograr que la rotundidad de los cambios no desequilibren la naturaleza de los empeños por elaborar diccionarios que se entiendan nacidos en la era digital y por ello su mejor representación. Nos amparamos, en el principio etnolexicográfico por el cual auspiciamos la lectura del diccionario como lectura del mundo gracias a la descripción que en él se hace de la lengua que lo retrata en verdad y en afectividad. El diccionario como cosmovisión de la era digital, su fundador y su reflejo.

Que lo digital no haga olvidar el valor de la tradición (Primera consideración)
Como sabemos, la lexicografía es una de las más antiguas disciplinas de las que conforman el vasto conjunto de las ciencias del lenguaje. Tanto como la gramática, las tradiciones lingüísticas más remotas señalan como logros indiscutibles, la hechura de repertorios de variada y dispar naturaleza que recogían y describían el léxico general o parcial de una o varias lenguas.
El pasado en lexicografía cuenta y pesa. Las primeras obras estaban centradas en hacer una “lexicografía fundacional”; repertorios para construir las recopilaciones iniciales y las explicaciones primigenias de las voces más representativas de la lengua. Más tarde, el empeño se traduciría en una “lexicografía canónica”; repertorios generales para describir la globalidad ideolectal. Seguiría, la “lexicografía diferencial”; repertorios compuestos para mostrar el valor de lo distintivo dialectal. Finalmente, la “lexicografía total”; repertorios para asumir la riqueza de los conjuntos. Alimentándose de la tradición y alimentándola a su vez, cada una de estas formas y etapas del quehacer lexicográfico se fue haciendo gracias a la preservación de una tradición que ofrecía cartas de ciudadanía léxica, trasvases naturales de contenidos y modos formales de explicación, capaces todos de cumplir las funciones básicas para hacer que la cultura en lengua española quedara fija y desarrollándose como su mejor imagen. 
La lexicografía fue creciendo al continuar lo que antes se había hecho bien y al superar lo mal hecho o nunca logrado (en lexicografía hay siempre una distancia entre lo que se pretende y lo que se alcanza). En cualquiera de estas situaciones, siempre la presencia del pasado se hizo determinante. La llegada de la ciencia del lenguaje durante el siglo XIX significó para la lexicografía un cambio de concepción y ese cambio supuso el tránsito, paulatino y sereno, desde su definición tradicional como técnica artística de elaboración de diccionarios hasta su benéfica modificación como técnica científica. En otro sentido, nunca la artesanía lexicográfica ha significado un demérito, sino, al contrario, un recuerdo permanente sobre el nacimiento artístico del género.

Que lo digital no se convierta en un fin (Segunda consideración)
El proyecto digital manifiesta siempre una gran seducción. La novedad del recurso y sus muchos atractivos pudieran revertirse en su contra y hacer que el alcance de sus medios terminara siendo lo único que pudiera señalarse como logro. Pesaría más aquí la delicia del técnico digital que la del lexicógrafo, quedando los esfuerzos de este último supeditados a la pirotécnica del prodigio.

Que lo digital se revierta en beneficio descriptivo (Tercera consideración)
Como se sabe, el trabajo lexicográfico busca con cada nueva realización el perfeccionamiento de las anteriores, la depuración de los métodos y la afinación de los instrumentos descriptivos. Su cometido final no es otro que hacer cada vez mejores diccionarios. El aporte de lo digital, en este sentido, luce a primer vistazo como indiscutible mejoramiento y sin duda es así. Las posibilidades en el almacenamiento de la información léxica, el aumento de las acciones relacionales y la presentación interactiva de los renglones descriptivos, entre otros aspectos, determina un modo nuevo de hacer lexicografía (aunque sin menospreciar los modos viejos que parecen siempre anticipos de estos tan actuales). Todo lo que suponga refinar los procesos interpretativos y explicativos sobre el léxico será bienvenido; aquello que solo busque solazarse en el recurso tecnológico no tendrá sentido.

Ideas sueltas para terminar
Puesto que la lexicografía se enmarca en la técnica de la descripción y no tanto en la tecnología de la información, se deben propiciar cruces coherentes entre ambas situaciones disciplinarias. La más aguda, que se ensayen nuevos modos de encarar la investigación lexicográfica (recolección, interpretación y presentación de materiales léxicos con auxilio informático), dejando atrás la creencia de que solo se trata de un cambio de formato.
Como ocurrió en la historia literaria, la trayectoria de los diccionarios señala una evolución en tres períodos bien diferenciados: la lexicografía de autor, en el tiempo fundacional; la lexicografía del texto, en el tiempo manual; y, finalmente, la lexicografía del usuario, en el tiempo digital. En esta última, la interacción está resultando elemento constitutivo de gran alcance, pues hace en definitiva que el usuario se haga también actante en la confección y mejoramiento del diccionario en alguna de sus etapas y en muchos de sus procesos.
En torno a la interactividad como recurso de contribución para la elaboración, una mirada crítica a su funcionamiento en las redes sociales ilustraría algunas desviaciones entre el medio y sus resultados y abriría un espacio de reflexión sobre los reparos que pueden hacerse a la interacción como principio de elaboración de diccionarios (v.g los desajustes sobre la veracidad de la información  a partir de publicaciones que hacen los usuarios en la red Twitter).
Dicho en otros términos, no parece conveniente dejar que la interactividad se mueva con libertad incontrolada en las tareas lexicográficas, ya que la mayor o menor competencia del usuario podría producir atentados contra el rigor descriptivo del diccionario y desvirtuar la naturaleza de la materia lingüística. Libre para actuar, el usuario incompetente podría causar daños a la lengua o, en el menor de los casos, generar confusiones con las adiciones y enmiendas que pudiera aportar en la confección de un diccionario digital sustentado en la interactividad. Siempre, lo vemos ya, tendría que limitarse la posibilidad de hacer esos aportes y, mucho más, encauzar las formas de enviar los materiales y de hacerlos explícitos en la hechura final de la obra.
Si pensamos, al contrario, en el usuario competente, la interactividad puede resultar un elemento crucial en la recolección del corpus léxico, un asidero en la calificación de uso de los fenómenos y, hasta, una primera coautoría en la redacción de las piezas diccionariológicas. Aportes todos ellos que ofrecerían claras ventajas a la investigación lexicográfica, más allá del almacenamiento y la disponibilidad. 
Menos problemática lucen las aplicaciones (App) del diccionario en Internet o en telefonía móvil de última generación ya que permiten a cualquier usuario resolver dudas léxicas valiéndose de la puesta en línea de distintos textos. Quizá, una de las primeras implicaciones del diccionario en estas materias estuvo domiciliada en la data léxica de los procesadores de palabras que corregían y corrigen, no siempre con la asertividad deseada, los errores o desajustes en la producción textual en procesadores de palabras.
La necesidad de comprender el diccionario digital como un sistema de sistemas en donde los más mínimos elementos descriptivos tengan una respuesta en el cuerpo del propio diccionario (una poderosa complejización del aparato de relaciones y de sus inconmensurables posibilidades)  en proporciones nunca antes auspiciadas  y, más aún, en la materia de otros diccionarios, obras de referencia, tratados sobre la lengua, medios impresos o virtuales, apoyos web, pronunciaciones, entonaciones, imágenes, audios y videos permitirán hacer que un diccionario sea todos los diccionarios y que entre todos y cada uno se entremezcle un infinito universos y un universo infinito de señales y conocimientos descriptivos de límites pocas veces alcanzados.
Aquí, y muy brevemente, quisiera comentar la experiencia delDiccionario de historia de Venezuela, elaborado por un cuerpo de investigadores de la Fundación Polar. Aparecido en papel en 1988 y en 1993, la obra fue trasladada a formato digital y convertida en libro electrónico. Al lograrse la migración, la obra en papel se transformó en obra digital y sus contenidos fueron pensados desde esta última dimensión. El usuario del nuevo producto podía tener en la versión digital todo el texto original, pero éste había sido acuñado nuevamente para hacer posible que los apoyos multimedia entraran con gran alcance. Ésta experiencia pionera sentaría las bases para nuevas relaciones y mostraría con claridad la nobleza del recurso digital.
Sobre la convivencia entre las versiones físicas y electrónica de los diccionarios, asunto tan debatido y de tanta preocupación, debe decirse que el diccionario digital no sólo será visto como hijo del diccionario tradicional, sino del relato permanente que tienen que hacerse siempre a las obras tradicionales en el marco y como marco de la era digital. Para lograr un buen diccionario digital es absolutamente imprescindible contar antes con un buen diccionario en papel.
Ello nos conduce, en conclusión, a identificar los aciertos y los peligros que merodean en torno al diccionario interactivo y a otras especies digitales. Los méritos quedan a la vista en cuanto a las contribuciones de muchos usuarios por la vía relacional (señalamientos de uso, adiciones al corpus, precisión de acepciones, afinamientos estilísticos, estadísticas sobre la extensión y frecuencia de uso, etc.). Los peligros, quizá, esos que vienen dados por el abrupto contraste entre la libertad que gesta la era digital en todas sus formas y la cárcel descriptiva que irremisiblemente son siempre los diccionarios. Cómo congeniar ángeles y demonios será el reto de la lexicografía en las décadas por venir.

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