TRINO MÁRQUEZ
| EL UNIVERSAL
lunes 24 de marzo de 2014
La violencia que ha sacudido
al país durante mes y medio ha sido para aplastar la resistencia que
distintos sectores de la vida nacional han levantado frente al modelo
comunista que trata de imponer el tándem cubano-venezolano instalado en
Miraflores desde 1999. A lo largo de este ciclo en la vanguardia se han
alternado distintos sectores.
Hoy la línea más avanzada del
enfrentamiento al totalitarismo la ocupan los estudiantes
universitarios. En la etapa que comienza el 10 de diciembre de 2001 y
concluye con los sucesos del 11 de abril de 2002 y los días posteriores,
las fuerzas motrices del cambio estuvieron encarnadas por los
sindicatos, los gremios empresariales y amplias capas de las clases
medias, movilizadas en gran escala para conjurar las amenazas comunistas
que aparecieron cuando Hugo Chávez pretendió apoderarse de la educación
primaria y aprobó aquellas 49 leyes que exacerbaban el morbo del
estatismo. Más tarde, con la Coordinadora Democrática y la Mesa de la
Unidad Democrática (MUD) reaparecieron en rol protagónico los partidos
políticos, que impulsaron la lucha contra los delirios comunistas que se
agudizaron en la fase final del caudillo.
La trayectoria durante
toda esta etapa podría resumirse señalando que, por un lado, la élite
gobernante trata de imponer el comunismo, mientras, por el otro, existe
una sociedad que aguanta el embate. Ha habido una lucha desigual,
asimétrica, en la cual los rojos, a pesar de su poderío, no han podido
aplastar a los ciudadanos; mientras la sociedad no ha acumulado la
energía suficiente para derrotar al régimen, ni lograr cambios
sustantivos orientados a restablecer la democracia y recuperar la
economía.
En Venezuela se repite la historia: el comunismo nace
luego de un parto violento. En su alumbramiento no hay nada natural, ni
espontáneo. Todo es forzado y compulsivo. Esa fue la experiencia de
Rusia, Europa Oriental, China, Cuba, Vietnam. Ese esquema centralista,
autoritario, vertical y burocrático, únicamente logra implantarse
mediante la coacción de un grupo arrogante y déspota. En esa forma de
organizar la economía, la sociedad y el Estado, no existe espacio para
el consentimiento, la adhesión voluntaria, la persuasión y el consenso.
Tampoco para la oposición o la simple disidencia. Los regímenes
comunistas poseen un rasgo autocrático y militarista acentuado. Exaltan
el armamentismo, aunque en la neolengua que construyen hablen de paz.
El
fracaso del comunismo no es como el de cualquier otro sistema. En una
república democrática, los errores de un gobierno pueden corregirse en
el siguiente mandato. Los comunistas, además de que dejan a las naciones
en la ruina, no permiten la rotación en el gobierno. Son enemigos de la
alternabilidad. Son fanáticos del poder total, absoluto y eterno. No
creen en la democracia, ni en la alternancia. No organizan gobiernos,
sino regímenes. No necesitan la aprobación ni la legitimación popular,
aunque de vez en cuando la usan para darse un baño de legitimidad. Los
comunistas se autojustifican. Les basta hablar de la "revolución", de
los "ideales del pueblo" y del "hombre nuevo" que ellos edificarán a
partir de la redención social. En nombre de estos "principios" asumen el
control de todas las instituciones que permiten asegurar su continuidad
en el poder: el Parlamento, el Poder Judicial, los órganos
electorales, las Fuerzas Armadas, el Banco Central, las dependencias que
elaboran las estadísticas nacionales. No hay institución pública que
escape a su control absoluto.
Los jóvenes han decidido asumir con
heroísmo y abnegación la resistencia al comunismo. En esta par- ticular
batalla que libran no piden reivindicaciones específicas, como el
aumento de las dotaciones estudiantiles, de las becas o el mejoramiento
del subsidio al transporte. En esta oportunidad se dirigen a combatir un
adversario que los ha dejado sin futuro. Que los condena a la miseria.
Que los empuja a irse del país porque no les garantiza la seguridad
personal, ni la posibilidad de conseguir un empleo estable y bien
remunerado o emprender una actividad económica que los independice.
La
juventud venezolana no quiere vivir en la frustración en la que ven
pasar sus días los cubanos, aplastados durante 55 años por una tiranía
petrificada que acabó con tres generaciones. Ese es el espejo en el que
se ven nuestros jóvenes, quienes se niegan a ser víctimas sumisas de los
gamonales que se entronizaron en el poder.