lunes, 13 de diciembre de 2010

Diego Arria - Interesante opinión sobre WikiLeaks

-¿Está bien o mal lo que ha hecho Wikileaks?
-Las dos cosas. Todo lo que arriesgue la vida de personas, como fue el caso de documentos sobre Afganistán, es para mí censurable. No creo que las notas en general agreguen nada especial a las percepciones que las personas dedicadas a estos temas ya tenían. Claro, resulta más sorprendente verlas por escrito a la luz pública. Recuerdo una vieja norma: “no escribas lo que no quieras ver publicado en la portada del New York Times”. Bueno, no sólo fueron publicadas allí, sino en otros diarios importantes, como El País de Madrid. Lo más peligroso, en todo caso, fue la capacidad de violar y de apropiarse de comunicaciones transmitidas por la red confidencial del gobierno norteamericano. Esto último es la mayor preocupación de ese Gobierno. Hacerlo seguro para ellos y para los Gobiernos con los cuales se comunican... O sea, con todo el mundo.

Pero veo unos WikiLeaks muy importantes para nosotros los venezolanos: que Hugo Chávez entregó millones a los militares bolivianos. Que ayudó a potenciar la televisión del estado de ese país. Que viene financiando a Daniel Ortega en Nicaragua. Que el canciller y el ministro de la defensa de Brasil reconocen la presencia de las FARC en nuestro territorio. Que el servicio de inteligencia cubano se comunica directamente con Hugo Chávez y ejerce un tutelaje y control sobre los órganos de seguridad del estado, en especial el DIM. Pero especialmente que la comunidad regional conoce bien la naturaleza del régimen venezolano, del cual se aprovechan para fines comerciales. Y vaya a saber qué otras sorpresas vienen en camino. Sin dudas, muchos países como el nuestro se beneficiarán conociendo las irregularidades de nuestros gobiernos desde la perspectiva y documentación del país más poderoso del mundo.

-¿Como diplomático, cómo se sentiría si usted fuera uno de los funcionarios allí nombrados?
-Depende cómo lo mencionen a uno. Por ejemplo, a mi me gustaría que se publicasen conversaciones que en estos diez años he tenido con embajadores norteamericanos, colombianos, chilenos, argentinos, italianos, salvadoreños, rusos, peruanos, haitianos, etc… Todas girando sobre mi percepción de lo que Venezuela sufriría con este infame proceso que hoy amenaza con hacer colapsar al país y por supuesto los espacios que quedan de libertad y de derechos individuales. Tengo por costumbre no hablar off the record ni en Venezuela ni en el exterior.

Habiendo aclarado lo anterior, entiendo a aquellos que pueden ver afectados sus intereses o incluso su vida por semejantes revelaciones.

-¿Es ético o no, desde su punto de vista como embajador?
-La definición y alcances de la ética se han ido estirando cada vez más. Ya no es una cuestión filosófica, sino que más bien los actores la conforman a sus necesidades, a menudo con un realismo brutal (ya tuvimos las llamadas “guerras justas”). Es tan así el caso, que ni la ONU ha podido ponerse de acuerdo para definir qué es terrorismo. Les Gelb, ex presidente del Council on Foreign Reations de Nueva York (el principal think tank de la ciudad), resumió el caso así: “para eso es que le pagamos a nuestros funcionarios diplomáticos: para que informen”. Efectivamente eso hacemos todos los que hemos tenido esas responsabilidades. Claro, leer las opiniones de funcionarios de la primera potencia del mundo tiene repercusiones excepcionales. Pero todos –todos– siempre emitimos opiniones a nuestros gobiernos y cancillerías. Es lo que corresponde.

No creo que la conciencia de ningún diplomático se haya alterado por enviar información que considere de importancia e interés para su Gobierno. Eso no excluye a las Naciones Unidas donde todavía el legado de las confrontaciones de la guerra fría no ha desaparecido del todo. Y en el caso de WikiLeaks muchos olvidan que esos diplomáticos norteamericanos representan a su país y no al país donde están y que, por lo tanto, velan y destacan lo que les afecta o interesa.

-¿Cómo se interpreta que del Depto de Estado haya pedido a los medios que no publiquen?
-Muy natural. A nadie le gusta que se revelen informaciones personales. Mucho menos a un Estado con responsabilidades globales como ningún otro como es el caso de los Estados Unidos.

-¿Es censura?
-No lo llamaría “censura” pues las reacciones fueron post facto. La pregunta que yo me hago es si estas informaciones contribuyen a entender y a solucionar crisis y problemas por el simple hecho de ser ventiladas públicamente. Entiendo, sin embargo, que cinco diarios que publicaron los cables los revisaron conjuntamente y establecieron un filtraje de esta información. O sea que no publicaron todo.

Sí creo que vale que se divulgue toda aquella información que involucre violaciones a los derechos humanos, por ejemplo. Este fue el caso que denunciaba en el Consejo de Seguridad de la ONU cuando representé a nuestro país, reclamándole a los miembros permanentes por no compartir oportunamente información de extrema gravedad para no tener que actuar. Bosnia y Ruanda son dos casos trágicos de esta realidad.

Veo que WikiLeaks también amenaza con entregar información sobre Wall Street. No puedo menos que imaginarme las consecuencias que esto puede tener, no solo para algún banco sino sobre la estabilidad financiera y los efectos para sus depositantes.

-¿Esto da más poder a los medios?
-Este poder viene creciendo pre-WikiLeaks. Por otra parte me pregunto, ¿poder para qué fines? Pienso en las negociaciones en el medio oriente sobre el conflicto Israel – Palestina, que sólo avanzaron cuando el proceso de Oslo fue totalmente secreto. Desde que los medios se ocupan, cada vez mejor informados, el proceso ha dejado de avanzar. Algo similar ocurre con el caso de Irán y el uso de la energía nuclear. Veo que la permanente divulgación de las posiciones que son muy encontradas no ha ayudado mucho a su resolución. Los espacios de privacidad para consultas en negociaciones es esencial. Por ejemplo, cuando negociábamos el convenio de paz en El Salvador, la privacidad de las conversaciones fue esencial. Lo contrario lo habría hecho muy difícil.

-Si la información es un producto, ¿qué serían las WikiLeaks?
-Generalmente sub productos. De los que he visto, no parecen sorprender a nadie. Por ejemplo, ¿a quién puede sorprender que la embajada de USA en Caracas vea y escriba que Hugo Chávez es un enemigo de su país y un peligro para la región por sus relaciones (admitidas) con fuerzas desestabilizadoras? Por mi parte me alegra saber que semejante situación no les pase desapercibido. No vi, por cierto, cables de la CIA sino de las embajadas.

-¿Qué consecuencias podría tener esto a nivel del manejo de fuentes y el ámbito diplomático mundial?
-Si se publicaran cables de otros países importantes –China, Rusia, Francia, Alemania, Reino Unido– no tendrían seguramente la resonancia de los cables de los Estados Unidos. Imaginemos lo que sería ver los cables de Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Siria o Irán a sus embajadas y entre ellos mismos.

Nadie dejará de comunicarse con los norteamericanos por estas circunstancias. Seguramente serán más prudentes. Recuerdo que Carlos Andrés Pérez me dijo una vez que él no hablaba mucho con los embajadores de EEUU porque “o lo contaban, o escribían un libro de lo que se les contaba”. Pues tenía razón, CAP. Seguramente no lo encontrarán en la wiki-historia.

No puedo olvidarme que fui ministro de información de un gobierno democrático-pero a pesar de esa condición no creo que divulgar toda la información del Estado la considerase conveniente. Pero tampoco de que fui Editor fundador del Diario de Caracas y la publicación de cables de WikiLeaks habría representado una tentación irresistible.

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