Nuestra gallina de los huevos de oro negro sacrificada en el altar de una ambición política.
El oro negro ha sido durante un siglo la base de la economía nacional y,
en consecuencia, del alimento de los venezolanos. Varias generaciones
se esforzaron para sacarle el mayor provecho a la riqueza que produce,
para que fuera de propiedad nacional y para que su manejo estuviera bien
administrado y libre de negociaciones turbias.
Desde hace una
década ese proceso ha sufrido un lamentable retroceso. En Pdvsa, la
empresa petrolera, primero despidieron arbitrariamente a los
trabajadores y técnicos que sabían hacer marchar la industria. En
seguida, sus reemplazantes fueron incapaces de aumentar la producción.
Mucho menos pudieron cumplir con los planes de inversión que ellos
anunciaron, según los cuales Venezuela estaría produciendo 6 millones de
barriles diarios, el doble de lo actual. Más recientemente se han
destruido las finanzas de la compañía mediante un voraz endeudamiento, y
la exigente transparencia en las transacciones ha desaparecido.
Para
completar esa destrucción progresiva, la impericia, la negligencia y la
falta de mantenimiento han promovido el deterioro de la planta física y
han provocado una tragedia, la de Amuay, que costó la vida a decenas de
venezolanos, causó graves quemaduras y heridas a cientos de ellos,
generó cuantiosos daños y produjo una serie de peligros ambientales.
La
gallina de los huevos de oro negro, que nos daba de comer y nos
permitía progresar, ha sido sacrificada en el altar de una ambición
política. No ha muerto aún porque ha sido alimentada por unos altos
precios petroleros internacionales, que están fuera de nuestro control y
nadie puede asegurar que se mantendrán.
La irresponsabilidad y
la incompetencia han conducido a que corran peligro las funciones
económicas y las responsabilidades sociales que se le han asignado.
Porque
ahora la tragedia añade a la necesidad de recuperación de la eficacia
operativa, al peso de la deuda, a las exigencias de una gerencia honesta
y al imperativo de restaurar la capacidad de producción previamente
existente, el costo de la heridas causadas por la explosión e incendio
de la segunda refinería más grande del mundo, de la cual estuvimos
orgullosos por décadas, que debemos reconstruir con inversiones que no
estaban programadas.
La reparación de los daños causados por la
improvisación de los aprendices de brujo se asemeja a la labor de la
restauración y rehabilitación de todas las actividades económicas y de
las libertades políticas que deberá emprender el gobierno electo el 7 de
octubre. Será una labor inmensa que resultaría suicida dejar en manos
de aquellos que la originaron.
La erosión de la solidez de la
industria petrolera, así como de las instituciones nacionales y de las
condiciones de vida de la población, ha culminado en derrumbes, en
caídas de puentes y en tragedia. Resulta necesario detener tal
decadencia.
Editorial de El Nacional 04/09/2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario