martes, 28 de enero de 2014

Democracia ficticia

ASDRÚBAL AGUIAR |  EL UNIVERSAL - 28 de enero de 2014 

Aún se sorprenden nuestros compatriotas, incluso la oposición, cuando les dicen, como lo hace Human Rights Watch en su Informe, que Venezuela vive una falsa democracia.

Osvaldo Hurtado, expresidente ecuatoriano habla de dictaduras del siglo XXI y, en lo personal, prefiero llamar demoautocracias a las que surgen bajo el paraguas del socialismo del siglo XXI, pues la gente opta por la dictadura alegremente, votando. Pero ello ocurre en nuestro caso como reflejo de lo que somos, un pueblo sin madurez democrática y cultor del militarismo. No obstante nos decimos demócratas, y cuando alguien afirma lo contrario nos irritamos o creemos que exageran.

Lo cierto es que no hay democracia en Venezuela, así tengamos a opositores electos como alcaldes o gobernadores. Con elecciones, es verdad, se inicia la experiencia de la democracia, pero no bastan para vivirla. Nuestros dictadores militares, que han sido los más en casi 200 años de historia, desde 1830 cuando el general Páez nos da patria, hacían elecciones. Les gustaba se les llamase -Pérez Jiménez sobre todo- presidentes constitucionales. E imponían a sus sucesores, dentro de la mejor tradición constitucional bolivariana.

La democracia, en la cultura occidental, es derechos humanos. Sin embargo, el régimen actual nos eliminó el derecho a la tutela de esos derechos al separarse de la Comisión y la Corte Interamericanas de DD. HH. Aparte, la vida nada vale como derecho. Suman 200.000 los homicidios, mientras la Defensora del Pueblo -a quien la ONU le llama la atención por ello- opta por defender la revolución por encima de las garantías de sus conciudadanos. Y la democracia exige separación e independencia de poderes, que rechazan como premisa la misma presidenta del TSJ y la Fiscal General. Tanto que el celebérrimo coronel Aponte Aponte cuenta que cada semana, en Miraflores o la Vicepresidencia, estas deciden el destino de la justicia en conciliábulo con el régimen.

Solo en democracia se accede al poder conforme al Estado de Derecho, y Nicolás Maduro lo hizo conforme al testamento de su predecesor. Al efecto la Sala Constitucional, sirviente, aplanó la Constitución para que diga lo que no dice. Maduro no podía asumir como encargado presidencial sin el juramento de Hugo Chávez y él mismo, como vicepresidente, estaba inhabilitado para ser candidato.

La columna vertebral de la democracia es la libertad de prensa. Y es cierto que los venezolanos, deslenguados, a diario hablamos pasguatadas sin que nadie nos recrimine, salvo cuando está presente un cabillero de la revolución o Guardia del Pueblo. Aun así se ha impuesto una hegemonía comunicacional de Estado. El régimen viene con su tijera por las telenovelas y deja sin papel a la prensa escrita independiente, salvo a la suya.

Transparencia y probidad son exigencias de la democracia. Mas en Venezuela no hay estadísticas fiables ni las muestra el régimen y se han desaparecido, en francachelas revolucionarias, cerca de 1.300 billones de dólares. La botija está vacía y no hay un solo preso por la corrupción que nos anega. 

La subordinación de la Fuerza Armada al poder civil es clave de la democracia, y causa hilaridad desde que, bajo los cánones de la Constitución de 1999, el mundo militar se hace transversal al sistema institucional para militarizar a los civiles. De modo que, cumplimos 15 años bajo gobierno de militares, con una breve mascarada cívico-militar desde cuanto Maduro es impuesto como causahabiente.

Nada agrego con relación a los otros dos elementos sustantivos de la democracia, a saber, la existencia de partidos políticos y la celebración de elecciones justas y libres, pues hay tela que cortar. Por lo pronto, fue decisión impuesta por Chávez, en 2004, con La Nueva Etapa, la formación de un partido único, el PSUV, que desde el 2010 se declara oficialmente marxista. Los partidos del siglo XX son franquicias en la actualidad y los que se han proyectado hacia el siglo XXI, con vocación democrática cabal, son perseguidos con saña. Entre tanto, las rectoras revolucionarias del Poder Electoral se ocupan de perfeccionar su caja negra para que el régimen jamás pierda elecciones, como ocurre en Cuba y ocurriera en el Iraq de Saddam y en la Libia de Gadafi.

No pocos compatriotas, en fin, se dan por servidos con la democracia de utilería que tienen y han aceptado. Les basta mientras el gendarme o "César democrático" de turno les realice el mito de El Dorado. Siempre ha sido así. La cuestión es que se acabaron los dólares y los anaqueles están vacíos. Hoy les sorprende, por lo mismo, el despertar, luego de la larga borrachera revolucionaria.

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