ROBERTO GIUSTI - EL UNIVERSAL - 26 de enero de 2014
A principios de 1999, cuando
Hugo Chávez se disponía a recibir la banda presidencial le confió a sus
íntimos que tenía pensado invitar a su toma de posesión a Marcos Pérez
Jiménez. Decisión que seguramente había meditado desde que el general
lo recibió en su mansión de La Moraleja (Madrid) en cumplimiento del
ritual de los candidatos alternativos a la búsqueda de un puñado de
votos nostálgicos. Al fin y al cabo eran dos militares, ambos
golpistas, que habían llegado al poder en acción retardada de sus
respectivas asonadas.
Pero Chávez olvidaba que su mentor para
entonces, Luis Miquilena, había sido uno de los dirigentes que mantuvo
viva la resistencia democrática y había pagado con tortura y
carcelazos, como quizás ninguno de sus compañeros sufrió, su lucha
contra la dictadura
Miquilena confiesa que se opuso
rotundamente, pero no para pasarle la factura a un viejo enemigo, sino
porque comenzaba muy mal un gobierno, electo popularmente, distinguiendo
a quien representaba la antítesis de los valores democráticos. Chávez
bajó la cabeza y Pérez Jiménez no vino.
-¿Es equiparable la situación que vivía el país antes del 23 de Enero de 1958 a la que vive actualmente?
-El
23 de Enero, culminación de una batalla que se prolongó por diez años,
aparece como una insurgencia de carácter militar y una alianza civil.
Pero asumir la fecha de una manera contemplativa no resulta lo más
conveniente en este momento. Sobre todo porque de aquellas experiencias
debemos extraer toda enseñanza que pueda ser enriquecida y mejorada en
el combate que el pueblo venezolano tiene planteado ante el régimen
imperante.
-¿Qué implica tener una posición más activa?
-Aquellos
momentos fueron producto de una intensa lucha, librada por verdaderos
combatientes que se jugaron la vida durante el tiempo que prevaleció la
dictadura. El arrojo de los jóvenes de aquella época, ejemplo para las
generaciones actuales, nos dice que nada se conquista sin un gran
esfuerzo y la acción permanente en defensa de los ideales que defiendes.
-Cuando usted habla de "combate" y de "lucha" contra la dictadura
perezjimenista lo hace en términos literales. Pero cuando se refiere a
esta época, ¿lo hace en sentido figurado?
-El carácter
esencial que tuvo aquella lucha es la experiencia que debemos tomar y
no para imitarla sino, incluso, para superarla porque las condiciones
planteadas hoy son más difíciles, aunque parezca mentira, que las de
aquel momento.
-¿Por qué más difíciles si hoy los
partidos no están proscritos, la oposición actúa públicamente y dispone
de una representación en la Asamblea Nacional?
-Ese
es, precisamente, el opio que parece estar arraigándose en la
oposición. Esos amagos de democracia, que se manifiestan en elecciones,
son remedos de libertad que, en el fondo, no pasan de eso, de remedos.
Las reivindicaciones que estuvieron planteadas en aquel momento son las
mismas de hoy.
-¿Como cuáles?
-Como
la defensa de las instituciones, la necesidad de un poder judicial
autónomo e independiente y el respeto absoluto a libertades públicas.
-Pero, ¿no son diferentes las naturalezas del chavismo y el perezjimenizmo?
-En aquella época no existía un elemento distorsionador, verdaderamente
miserable, que padecemos hoy, como es la intervención directa de Cuba,
que ha convertido al país en sucursal de La Habana. Tenemos, además,
otro agravante en relación con el 23 de Enero, porque si antes
luchábamos contra adversarios venezolanos, hoy las cosas han cambiado y
se agrega un nefasto ingrediente: el comunismo. Eso nos obliga a no dar
tregua en este lucha contra el Gobierno porque se trata de un régimen
que no solo niega las libertades, sino cuya concepción económica (el
estatismo desatado) ha destruido por completo el aparato productivo y la
propiedad privada.
-¿Cree usted que esta es una revolución verdadera?
-Es
un comunismo de alpargatas porque no constituye, ni siquiera, una
representación comparable con experiencias en otros países. Aquí se han
impuesto unas camarillas que le han entrado de lleno a los recursos del
país de la manera más inmoral y una corrupción sin límite.
-Esa situación que usted describe como más grave que la de los años 50, ¿justificaría el abandono del camino electoral?
-Las
elecciones constituyen la esencia de la democracia y objetivo
fundamental es lograr su rescate y plena vigencia. Pero no se puede
concebir la electoral como la única forma de lucha. La luchas populares,
por las reivindicaciones de los más pobres, implica manejar el
conflicto que, de una orilla a la otra del país, toca los resortes más
sensibles de la sociedad venezolana. Todo eso requiere el despliegue de
una ofensiva que no está, precisamente, planteada en el campo electoral.
Por ahora no hay elecciones a la vista y debemos atender el reclamo que
nos hace el país para que libremos una lucha, sin cuartel, conducida
por los sectores de oposición.
-¿No está ocurriendo eso?
-Hemos
dado un paso importante al aglutinar un sector inmensamente mayoritario
de oposición, que adelantó una labor excepcional en la campaña
electoral previa al 14 de abril. En las elecciones quedó establecido un
hecho evidente para el país: la elección resultó fraudulenta, tal y como
denunciaron las fuerzas democráticas. Pero la respuesta no podía
limitarse a un simple recurso jurídico, acudiendo a los tribunales que
es uno de los factores más corruptos de nuestra sociedad, y mucho menos a
los organismos internacionales porque ya sabemos que este gobierno los
ha negado reiteradamente.
-¿Cuál era la respuesta?
-Una
vía distinta. La salida a la calle de un millón de personas, 500 mil,
200 mil, denunciando el fraude y llevando adelante una causa tan
legítima como el reconocimiento de la voluntad popular. En tales
circunstancias esa era la única manera.
-¿No iba a costar eso el sacrificio de vidas en cifras inimaginables?
-Tú
sabes, y lo saben los luchadores sociales, que quien toma la
responsabilidad de conducir la batalla política, debe asumir riesgos.
Cuando hablas del 23 de Enero sabes que se trata de una culminación de
una batalla que se dio con saldo de muertos, heridos, torturados,
encarcelados. La historia demuestra que ninguna batalla política es
incruenta. Todo lo contrario, son duras, violentas y representan esos
riesgos que los dirigentes deben asumir.
-¿Se equivocó Capriles?
-No
podría decirlo porque tampoco quiero individualizar. Creo, sí, que la
oposición, en general, falló en ese momento. Y creo que sigue
engatillada. Aquí existen protestas provenientes de todos los sectores.
Las inmensas colas en los supermercados dicen a las claras que no hay
comida y cuando se consigue, mucha gente no tiene con qué comprarla. De
manera que el pueblo está viviendo una situación conflictiva. ¿Y quién
se ha puesto al frente de esa lucha? Los obreros siderúrgicos de
Bolívar viven en permanente reclamo y nadie de la oposición se ha
preocupado en acompañarlos. Hubo huelga de estudiantes y profesores,
vista con simpatía por el país y nadie estuvo con ellos.
-Sin embargo, el Gobierno ganó las elecciones del 8 de diciembre.
-Las
municipales son consecuencia de las presidenciales. Luego del 14 de
abril la oposición entró en un estado de tranquilidad y fue a esas
elecciones planteando reivindicaciones económicas, sin esgrimir la razón
política fundamental: un gobierno fraudulento que fue desconocido. En
eso debía haberse concentrado la estrategia. No hubo una denuncia
radical contra el aparato electoral montado por el oficialismo y la
abusiva ventaja de la cual gozó, haciendo y deshaciendo con los recursos
del Estado. No se le dio al pueblo una idea completa del tipo de
enemigo que teníamos por delante y que debíamos vencer. Sin embargo, no
considero como una derrota los resultados de diciembre. En esa campaña
salieron a relucir grandes recursos espirituales y políticos con los
cuales aún cuenta el país y en las grandes ciudades la oposición obtuvo
victorias importantes.
-Uno podría deducir de su
análisis que si bien el camino electoral es el ideal, en las condiciones
actuales resulta imposible aplicarlo como instrumento para el cambio.
-En
este momento la situación es difícil para la dirección política. Por
eso hace falta una compaginación de los sectores más lúcidos y de mayor
capacidad para establecer una estrategia adecuada que permita conducir
las luchas políticas. El factor electoral está planteado, pero a largo
plazo. Estamos ante un conflicto que requiere la aplicación de otros
métodos, la lucha del pueblo en la calle, para lograr, en lo posible, el
cambio que debe producirse.
-¿Cómo ocurrió el 23 de Enero?
-Sí, como ocurrió el 23 de Enero.
-El 23 de Enero la intervención militar fue decisiva.
-Fue
decisiva, pero con un elemento muy importante: las fuerzas civiles
estaban en contacto con las fuerzas militares y coincidieron en el
planteamiento. Los civiles salieron a la calle junto con los militares. Y
se dio una batalla que podríamos entender como cívico-militar. Los
militares no son indiferentes, sufren las mismas consecuencias y
penalidades de los civiles y estoy seguro que muchos de ellos no ven con
buenos ojos las políticas que adelanta el gobierno y apostarían, más
bien, a un cambio del cuadro que hoy padecemos.
-Es decir, el cambio obedecería a la necesaria presión que ejerza una población activa y organizada sobre las Fuerzas Armadas.
-Los
sectores populares salen a la calle en plan de lucha y de combate
cuando ven frustrados sus derechos. Y eso opera como un factor de
irradiación hacia otros sectores de la población. Cuando hay 100 mil
personas levantando banderas reivindicativas puede acudirse, incluso,
al camino del entendimiento y del diálogo.
-¿Y no es eso lo que se está dando?
-No me refiero al diálogo entre el amo y el siervo, que fue el caso
con los alcaldes, una vergüenza porque no hubo una posición viril y
reveladora de la determinación de lucha que debe animar a la oposición.
Fue un encuentro más bien meloso y de reconocimiento de la legitimidad,
como Presidente, de alguien cuya elección se calificó de fraudulenta por
muchos sectores. Y ese no es el verdadero diálogo.
-Entonces, ¿cuál es el verdadero diálogo?
-Aquel
que se da cuando las fuerzas se pueden parangonar y van a las
conversaciones en ciertas condiciones de igualdad. No con una debilidad
que impide, ni siquiera, pensar en la posibilidad de un acuerdo porque
éste, al final, no serviría para nada.